
Tal día como hoy… 21 de enero –el 31 según otras fuentes- de 1821 moría el Abate Marchena
El 21 de enero –el 31 según otras fuentes- de 1821 moría en Madrid una de las figuras más genuinas y olvidadas entre los ilustrados españoles, José Marchena y Ruiz de Cueto. Políglota y traductor, activista y político, ensayista y dramaturgo, liberal radical y afrancesado, excéntrico y racionalista… Conocido como el Abate Marchena, aunque nunca fue abate ni tomó jamás orden religiosa alguna, sino más bien todo lo contrario.
CV / Sobre el Abate Marchena pende la leyenda negra urdida por los reaccionarios y absolutistas españoles en torno a su biografía y sus ideas, igual que con otros personajes que, en su momento, se caracterizaron por su cultura y sus posiciones políticas «afrancesadas». Y todo esto se hizo muy a la manera «española», dejando las inevitables secuelas, por el procedimiento de ridiculizar enfatizando eventuales defectos físicos y morales, para soslayar los méritos intelectuales en un país que andaba más bien escaso de ellos.
Sin que se sepa cómo, en 1787 empezó a publicar una gacetilla anónima que llevaba por título ‘El Observador’, en la cual intentó compendiar los principios de la Ilustración
Nació en Utrera el 18 de noviembre de 1768, hijo de un abogado y hacendado sevillano que, según algunas versiones, fue fiscal del Consejo de Castilla. Estudió en el Colegio de Los Reales Estudios de San Isidro de Madrid, donde adquirió una sólida formación, y de allí pasó a la Universidad de Salamanca, donde se graduó en leyes en 1788. Fue en la ciudad helmática que, a través de algunos profesores y alumnos compañeros de estudios -como Juan Meléndez Valdés y Ramón de Salas y Cortés, entre otros- tomó contacto con autores ilustrados franceses e ingleses –aprendió por su cuenta inglés y francés- tales como Locke, Hume, Adam Smith, Montesquieu, Voltaire, Rousseau…
Sin que se sepa cómo, en 1787 empezó a publicar una gacetilla anónima que llevaba por título ‘El Observador’, en la cual intentó compendiar los principios de la Ilustración. Pronto tuvo problemas con la Inquisición, y ocho de las catorce entregas de la gacetilla quedaron inéditas al ser requisadas por el Santo Oficio. No es extraño si tenemos en cuenta que el primer número concluía con la siguiente frase: “Aborrezco de todo empeño que coarte la libertad”.
En 1892 pasó a Francia, muy probablemente huyendo de la Inquisición, donde participó en actividades revolucionarias, relacionándose con personajes importantes del momento, como Brissot y Sieyès. Adscrito a los girondinos, pasó 14 meses en la prisión de la Conciergerie, siendo liberado después de la caída de Robespierre y los hechos del 9 de Termidor. Alternó entonces su actividad política con el estudio y la traducción de autores ilustrados y de los clásicos al español –algunas de sus traducciones omitieron en España su nombre en tiempos posteriores-. Fue detenido de nuevo por el Directorio y obligado a exiliarse en Suiza. Regresó a París clandestinamente en 1797, se alejó temporalmente de la actividad política para centrarse en el estudio de las matemáticas.
Adscrito a los girondinos, pasó 14 meses en la prisión de la Conciergerie, siendo liberado después de la caída de Robespierre
Con el 18 Brumario y la llegada al poder de Napoleón la suerte de Marchena cambió para bien. Al parecer, no fue ajeno a la conspiración, uno de cuyos arquitectos fue su amigo el abate Sieyès –éste sí, abate de verdad-. Obtuvo un puesto de administrador en el estado mayor del ejército del Rhin y pasó un tiempo en Suiza y Alemania. Se sabe que cumplió con extrema eficiencia. Como anécdota, en cierta ocasión pretextó haber encontrado en un monasterio suizo unos fragmentos del ‘Satyricon’ de Petronio, que en realidad había escrito él, en un latín tan perfecto que engañó a los expertos, que creyeron que era verdaderamente de Petronio.
En 1808 vino a España a las órdenes de Murat y desempeñó varios cargos durante el reinado de José I, defendiendo desde sus cargos la libertad de mercado, como admirador que era de Adam Smith. Fue también director de algunas publicaciones. Durante este periodo publicó también sus traducciones de Molière al castellano.
Vivió de las traducciones de ilustrados que los editores franceses introducían clandestinamente en la negra España de Fernando VII
Tras la derrota napoleónica se exilió de nuevo a Francia, pero con el problema añadido de que allí también se había restaurado a los Borbones. Vivió de las traducciones de ilustrados que los editores franceses introducían clandestinamente en la negra España de Fernando VII. Tras el pronunciamiento de Riego y el inicio del trienio liberal, regresó a España una vez más, dispuesto a participar en los nuevos tiempos que se auguraban, pero murió poco después en Madrid, a los 52 años de edad. De él dejó escrito su principal biógrafo, Juan a Francisco Fuentes:
“(…) A su peculiar manera, fue un hombre íntegro y lúcido, al margen de sus contradicciones, de sus extravagancias y alguna que otra traición a sus principios, inevitable tributo a esas «flaquezas de la humanidad» de las que, según llegó a decir él mismo de Don Quijote, «nunca puede quedar inmune un mísero mortal».