Tal día como hoy… 16 de diciembre de 1944 comenzaba la batalla de las Ardenas
El 16 de diciembre de 1944, todavía en plena II Guerra Mundial, daba comienzo la ofensiva alemana que se conocería posteriormente como la batalla de las Ardenas, la última gran ofensiva de Hitler en el frente occidental, cuyo fracaso sentenciaría definitivamente el destino de la guerra.
CV / En diciembre de 1944 la situación militar de Alemania era desesperada y solo Hitler parecía creer que los nazis todavía podían ganar la guerra. En el frente oriental, los soviéticos estaban preparando la ofensiva que les iba a llevar hasta Berlín. En el occidental, tras el desembarco de Normandía en junio y la liberación de París en julio, los norteamericanos y los británicos habían avanzado más de lo previsto y sus líneas de suministro de habían resentido de ello.
La operación Market Garden lanzada por el británico Montgomery con la intención de avanzar directamente hacia el corazón de Alemania, ocupando la zona industrial del Ruhr, acaso hubiera conseguido acelerar el final de la guerra de haber tenido éxito, pero se resolvió en una estrepitosa derrota, tras la cual los aliados optaron por consolidar sus posiciones a la espera de disponer de puertos operativos importantes, como el de Amberes, que los alemanes habían dejado inutilizado.
En la zona de las Ardenas, tras la sangrienta batalla del bosque de Hürtgen, los norteamericanos habían conseguido vencer a los alemanes, pero estaban agotados
En la zona de las Ardenas, entre Bélgica, Alsacia y Lorena, tras la sangrienta batalla del bosque de Hürtgen, los norteamericanos habían conseguido vencer a los alemanes, pero estaban agotados. Y allí fue donde Hitler decidió dar su último golpe. Contra la opinión de sus jefes militares –Von Runsted y Model-, que propusieron planes alternativos de contención, Hitler impuso su plan de ataque directo, confiando en sorprender a los aliados. Su objetivo era atacar por las Ardenas y Bélgica llegando hasta Amberes. Con ello confiaba en forzar a norteamericanos y británicos a negociar la paz por separado, y así poder dedicarse plenamente al frente oriental contra los soviéticos.
El plan era militarmente viable sobre el papel. Hitler consiguió movilizar un numeroso y bien equipado ejército, con varias divisiones blindadas panzer, que extrajo del frente oriental –para desesperación de sus generales-, aprovechando que los soviéticos se habían detenido para reponer fuerzas. Pero en la práctica resultó irrealizable. La superioridad aérea aliada era abrumadora y a Hitler no le quedaban reservas. Se ha especulado mucho sobre si una victoria alemana en las Ardenas hubiera cambiado el signo de la guerra, pero lo cierto es que, desde la perspectiva de la marcha general del conflicto, solo hubiera conseguido alargar el final. Lo que sí consiguió con la derrota fue acelerarlo.

Para la ofensiva Hitler empleó masivamente las Waffen SS, que, en sus designios, estaba llamada a ser el futuro ejército del Reich, supliendo a la Wehrmatch, el ejército regular, de cuyos generales ya no se fiaba. La ofensiva se preparó minuciosamente, lanzando previamente paracaidistas con uniformes aliados al mando del coronel nazi Otto Skorzeny, el héroe nacional que había liberado a Mussolini. Disponía también de sus nuevos tanques Tiger… y lo fio todo a que el mal tiempo impidiera a la aviación aliada volar, al menos durante los primeros días de la ofensiva.
El avance alemán fue más lento de lo previsto y dio tiempo a los norteamericanos a hacerse fuertes en el puesto clave de Bastogne
Al principio todo pareció funcionar con la meticulosa precisión elaborada sobre el papel. El mal tiempo impidió, efectivamente, volar a la aviación aliada, y los norteamericanos y británicos, que ciertamente no consideraban que los alemanes estuvieran en condiciones de lanzar una ofensiva de aquella envergadura, fueron pillados por sorpresa. Para ganar tiempo, los blindados de las Waffen SS, al mando del oficial Joachim Peiper, fusilaban sobre el terreno a los prisioneros aliados que se rendían –como habían solido hacer en el frente oriental del cual provenían- y a los civiles que capturaban según avanzaban. Aun así, el avance alemán fue más lento de lo previsto y dio tiempo a los norteamericanos a hacerse fuertes en el puesto clave de Bastogne. Y si no caía Bastogne, toda la operación se iba al traste.

Bastogne resistió los primeros embates. Luego, con la mejora del tiempo, la aviación aliada impuso su ley, y la llegada del tercer ejército al mando del general Patton hizo el resto. El 25 de enero de 1945, cuarenta días después, los alemanes habían perdido todo el terreno ocupado en los primeros días y se retiraron detrás de la Línea Sigfrido. Habían empleado en total casi medio millón de soldados, de los cuales perdieron unos cien mil entre muertos, heridos y prisioneros, y la práctica totalidad de sus 600 tanques, muchos de los cuales dejaron abandonados sobre el terreno por falta de combustible. Las bajas anglo-americanas fueron similares, pero ellos podían reponerlas, Hitler ya no.
El genocida Peiper consiguió escapar a pie. Fue detenido posteriormente y condenado a muerte, pero se le conmutó la pena y fue liberado en 1956. Se instaló entonces en Traves (Francia), hasta que fue descubierto, veinte años después, por el diario comunista l’Humanité el 22 de junio de 1976. Tres semanas después, coincidiendo con la fiesta del 14 de julio, fue asesinado y su casa incendiada, probablemente por ex miembros de la Resistencia francesa, sin que se identificara nunca a los ejecutores.