Las propias nuevas tecnologías que tanto fascinan a los defensores de la «nueva» educación en competencias, no hubieran surgido sin los conocimientos teóricos y la especialización que las hizo posibles
Del constructor de canoas al Principio de Arquímedes
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La enseñanza de competencias se nos anuncia como el paradigma educativo propio de la nueva sociedad del conocimiento y de las TIC, frente a la transmisión de contenidos alrededor de los cuales se habían estructurado tradicionalmente los sistemas educativos. Saber hacer, frente a saber de contenidos, educar frente a enseñar, TIC frente a memorización, trabajo por proyectos frente a asignaturas de especialidad, coach frente a profesor… Es la educación que viene para quedarse. ¿Pero en qué consiste exactamente?
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Xavier Massó / Catalunya Vanguardista
Un artesano debidamente adiestrado no necesitaba saber física para construir barcas que flotaran sobre el agua. Disponía de la competencia para ello porque se le había transmitido un saber que consistía en cómo disponer las tablas de madera y calafatear las juntas para que el agua no se filtrara al interior. Y la barca flotaba. Los pueblos orientales que se diseminaron por las islas del Pacifico sabían construir embarcaciones sin tener conocimientos teóricos de hidrodinámica.
Lo que se enseña hoy en la escuela no prepara para un futuro que, por lo visto, unos pocos clarividentes saben perfectamente cómo será
Saber construir una barca mediante un procedimiento adquirido a través de un largo proceso de ensayo/error es un saber «cómo» hacer algo que no requiere necesariamente un saber por qué el objeto resultante flota efectivamente sobre el agua. Una posible confusión conceptual sería responder a la pregunta de «por qué» se sigue este determinado procedimiento de elaboración y no otro, aduciendo que «porque» así flota. Sería probablemente la respuesta de los constructores de balsas polinesios. En la jerga educativa actualmente de moda, diríamos que habían adquirido las competencias al caso. Y todo ello sin necesidad de conocer el principio de Arquímedes. ¿Es este el tipo de saber que hay que enseñar en la escuela y queremos para las nuevas generaciones? ¿Es esto lo que se nos está diciendo cuando se postula la educación en competencias por encima de la de contenidos?

Si al mismo artesano del ejemplo le pidiéramos una balsa con el triple de eslora y hecha con otro tipo de madera, lo más probable es que no supiera hacerlo. Y si se la pedimos de hierro, nos hubiera replicado que el hierro no flota. Si, en cambio, conocemos el Principio de Arquímedes, no solo sabremos por qué la canoa de nuestro artesano flota, sino también cualesquiera otras, y los superpetroleros metálicos, o los peces y los submarinos entre dos aguas… porque entonces estaríamos manejando nociones teóricas como la de «fluido» o la de «peso específico», que nos permiten entenderlo en lo universal además de hacer conceptualmente posible su construcción… que podremos llevar a cabo si disponemos de los recursos tecnológicos al caso.
Por esto, cuando tantos pedagogos, gurús educativos y políticos, nos anuncian las virtudes del nuevo mantra de moda, a saber, «educar en competencias», en lugar de en contenidos o saberes (teóricos), deberían también explicarnos detalladamente, si no es mucho pedir, qué quieren decir exactamente con ello. Y también por qué razón nos presentan la educación en competencias como una innovación, cuando en realidad los saberes competenciales son tan viejos como la propia humanidad. Veamos.
Para entendernos, el primado de las competencias sobre los contenidos consiste en priorizar en nuestros sistemas educativos el «cómo» (se hace algo) sobre el «qué» se está haciendo y por qué. Cabe resaltar que el «por qué», como ya hemos visto en el caso del artesano, es una pregunta formulable en ambos tipos de saberes, pero los sendos «porqués» son de naturaleza muy distinta. No es lo mismo responder que «porque» así flota, que enunciando el principio de Arquímedes.
Está ya en Aristóteles cuando distingue entre «tekhné» y «episteme», entre el saber «cómo» y saber «qué»
En realidad, ni la distinción entre estos dos tipos de saberes ni la priorización de uno sobre otro es nueva para nada. Está ya en Aristóteles cuando distingue entre «tekhné» y «episteme», entre el saber «cómo» y saber «qué»; en términos modernos, y salvando las distancias, entre técnica y ciencia. Tampoco el primado de la enseñanza del «cómo» sobre la del «qué» es nueva. Siempre hubo una jerarquía epistemológica, con su debido correlato en el orden social. Sí es nueva, en todo caso, la grosera escisión en términos dicotómicos que se establece entre ambos niveles de saber, escamoteando de paso su inevitable correlato social. Es decir, quién ha de saber «solo» de lo uno, y quién de lo otro.
En realidad, esto anterior es lo que subyace al «innovador» discurso según el cual, en la moderna sociedad de la información -nada inocentemente asimilada como del «conocimiento»-, no tiene ningún sentido transmitir en la escuela unos contenidos accesibles por medio de las nuevas TIC. El modelo educativo hasta hace poco vigente, inspirado a medias en los principios de la Ilustración y los requisitos de una sociedad organizada bajo el modelo de la revolución industrial, es por ello anacrónico, como lo es también el modelo en que se inspiraba. En definitiva, lo que se enseña hoy en la escuela no prepara para un futuro que, por lo visto, unos pocos clarividentes saben perfectamente cómo será. Además ¿qué sentido tiene aprender unos contenidos que ya habrán caducado cuando el exalumno acceda al mercado de trabajo?
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Toda una teología de las TIC
Dicho absurdo tiene además su fundamentación teórica en la psicología constructivista –algo harto curioso, si lo que se pretende es acabar con los contenidos teóricos-, que se interpreta muy grosso modo en el sentido que el conocimiento no se transmite, sino que se construye individualmente; solo se transmite información. ¿Y para qué transmitir una información que mañana será obsoleta y que en las TIC siempre tendremos actualizada?
¿Qué función ha de tener entonces un sistema educativo? La respuesta parece evidente, educar en las competencias, en los procesos, donde lo que se aprende es a aprender. Y, por supuesto, acabar con la falacia de las asignaturas –pues ya no hay nada que transmitir-, que fragmentan artificialmente el saber humano, y adoptar el hoy tan en boga trabajo por proyectos, mucho más asociado a lo competencial, en lugar del «obsoleto» aprendizaje estructurado a través de un «rígido» currículo.
El hombre paleolítico disponía solo de saberes competenciales, y no fue hasta mucho después que surgieron los teóricos
No vamos a criticar aquí las indudables y extraordinaria ventajas de la aplicación de las TIC para la especie humana. Esto está fuera de toda duda. Lo que no está tan claro es el modo de aplicarlas al aprendizaje en el sistema educativo, y su arbitraria asociación con el saber competencial. Porque si renunciamos transmitir los conocimientos del tipo que precisamente han permitido llegar hasta donde hemos llegado, no parece sino que nos estemos situando voluntariamente en la condición del fabricante de canoas frente a Arquímedes. ¿Es esto lo que se pretende?
Un amigo me comentó en cierta ocasión la experiencia que vivió visitando una reserva india en Canadá, cuando le preguntó al guía indígena –miembro de la misma tribu propietaria de la reserva- por unos cultivos que se vislumbraban a los lejos. Le respondió que eran unos terrenos que su tribu había vendido hacía poco a unos inmigrantes ucranianos, y que por esto estaban cultivados. Añadió: «Nosotros no cultivamos; la agricultura no forma parte de nuestra tradición cultural». “¡Toma, ni de la mía!”, le replicó mi amigo, “apenas hace cinco mil años que la practicamos”.

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El descubrimiento de la agricultura puso a nuestro servicio la tierra que hasta entonces nos había tenido a su merced. Y los pueblos que la ignoraron o la rechazaron, fueron quedando atrás. Algo parecido ocurre con las nuevas tecnologías. Pero igual que la recolección fue anterior a la agricultura, también los saberes competenciales fueron anteriores a los de contenidos teóricos. El hombre paleolítico disponía solo de saberes competenciales, y no fue hasta mucho después que surgieron los teóricos. Esto es así porque el orden de fundamentación lógico del conocimiento sigue un recorrido inverso al de su adquisición cronológica, sobre el cual actúa a su vez. El constructor de canoas siempre será anterior a Arquímedes, pero éste actúa sobre él, y surge la especialización.
Porque especialización no es más que distinción (racional), y la distinción es poner orden el caos. El caos del que la humanidad salió y al que algunos parece que nos quieren hacer regresar. Las propias nuevas tecnologías que tanto fascinan a los defensores de la «nueva» educación en competencias, no hubieran surgido sin los conocimientos teóricos y la especialización que las hizo posibles. ¿Por qué, entonces, deberíamos dejar de transmitir estos contenidos a las nuevas generaciones?
Tal vez no sea estrictamente necesario que un electricista conozca los principios teóricos que hacen posible su práctica profesional, pero un ingeniero sí debe conocerlos
Si rechazar las nuevas tecnologías es ciertamente retrógrado, delegar en ellas y limitarnos a lo meramente competencial no parece sino una nueva forma de idolatría. Dijo Marx que el hombre inventó a los dioses y se arrodilló luego ante su propio invento. Y de la misma forma que inventando a los dioses se restringió el ámbito de otras posibles explicaciones del mundo, la primacía del cómo renuncia a la pregunta el qué, sin que haga falta que nadie prohíba tal pregunta.
El gran dilema es si los que así lo plantean como la gran buena nueva educativa creen verdaderamente en ello, en cuyo caso serían unos ingenuos, o si todo es un pretexto para que el conocimiento -como parte de eso que llamamos cultura y que nos permite orientarnos en la sociedad- quede solo a disposición de unos cuantos, como los libros prohibidos en su momento por la Iglesia que solo podían leer los propios eclesiásticos, para conseguir con ello masas más manipulables. Y entonces serían unos cínicos.
Tal vez no sea estrictamente necesario que un electricista conozca los principios teóricos que hacen posible su práctica profesional, pero un ingeniero sí debe conocerlos. La cuestión es quiénes serán ingenieros y quiénes electricistas. Si lo que se está planteando es que la enseñanza obligatoria se base en competencias, queda muy claro. Desde la perspectiva ingenua, el papel de los ingenieros quedaría para las TIC. Desde la perspectiva cínica, para las élites de siempre. Es decir, toda una teología de las TIC, en la cual éstas no son sino un pretexto para ocultar otros fines inconfesables.
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Extraordinario artículo. Su reflexión final es una enmienda a la totalidad de este extraño sistema que nos están imponiendo. Este progresismo teórico está consiguiendo lo contrario de lo que dice pretender porque la enseñanza pública y gratuita, en la medida que toma ese camino, está dando una ventaja competitiva a la de pago.
Buena prueba de ello es ver como nuestros mandarines de todos los colores envían a sus vástagos a colegios y universidades privadas.
Los alfa y los omega. La perpetuación de la tan manoseada casta.
Pues a mí no me lleva el artículo a un pesimismo tan claro como a usted Sr. Álvarez. Lo que ocurre es que entre las habilidades necesarias no se encuentra el cálculo mental, la caligrafía etc… que son técnicas obsoletas, y que las máquinas nos ahorran. Eso deja energía libre para precisamente poder formar especuladores en el qué, y no solamente obreros del cómo. El artículo me lleva a este razonamiento: si el hombre se pasó milenios haciendo cosas porque funcionaban sin saber porqué, e inventó porqués que le cegaron, como los dioses, procede enseñar desde el hacer, y con el hacer, y después iluminar las mentes con los porqués, de modo que ante una situación desconocida, el hombre del futuro, intente manipularla generando explicaciones siempre desde la experiencia, y no desde teorías obsoletas y cegadoras. Es muy probable que haya cierta confusión en algunas enseñanzas privadas, que piensan en el poder, y generan dogmáticos quizá porque así se lo piden los que les pagan. La pública será siempre más fructífera, si es gestionada pensando exclusivamente en el futuro de los alumnos. Ejemplo : El actual ministro de ciencia, Sr. Duque, estudió ingeniería en la enseñanza pública.