Parientes fósiles humanos ¿pocos o demasiados? (2)
Durante gran parte del siglo XX el concepto de homínido gustó a la mayoría de expertos por una simple razón, proclamaba lo que se quería escuchar. Es decir, otro prejuicio humano estaba detrás de lo homínido.
David Rabadà | Catalunya Vanguardista @DAVIDRABADA
En aquellos entonces un homínido, y para entendernos, era un primate sin cola, o simio, dotado de andares bípedos y un cerebro en expansión. De esta manera a todo fósil que se le vieran tales rasgos era inmediatamente invitado a ser pariente nuestro evolutivo. Pero, y como el lector sospechará, las cosas en la naturaleza jamás son tan simples.
En primer lugar sucedió algo por los años ochenta y posteriores que cambió el bipedismo. Se interpretó que en otros simios alejados de nuestra evolución también anduvieron sobre dos patas. Hablamos, aunque discutido, del bipedismo defendido por Salvador Moyà en Oreopithecus, o el de Ardipithecus por Tim White y otros.
andar erguido no era ni exclusivo nuestro ni nuevo, era ancestral
Además, y a medida que se iban acumulando más fósiles, se ve que existió un bipedismo arborícola anterior y que precedió al de campo abierto típico del género Homo. Es decir, andar erguido no era ni exclusivo nuestro ni nuevo, era ancestral.
Ese revés, los Homo con caracteres primitivos, todavía les duele a muchos paleontólogos que creían en una línea evolutiva humana gradual que iba de simios curvados y parcos hacia humanos erguidos y sabios. Desgraciadamente todavía muchas imágenes de esta índole jalonan nuestros libros escolares. En ellas vemos de izquierda a derecha, supongo que sin connotaciones políticas, un simio cuadrúpedo que va hacia la diestra adquiriendo verticalidad, cabeza y herramientas.
La evolución humana no ha devenido un bloque para que todos nuestros parientes encajen en la categoría homínidos
Esa imagen falaz hacia los sapiens se halla hoy en día en la memoria colectiva de muchos, y como tal, en los prejuicios de muchos. Hasta muchos mensajes publicitarios la han utilizado como slogan en sus campañas. Pero todo ello, y como se demostrará, reside muy lejos de la verdad y cerca de los prejuicios. La evolución humana no ha devenido un bloque para que todos nuestros parientes encajen en la categoría homínidos. Para comprender mejor esta última frase todavía falta un último ingrediente a la sopa homínida, la criadilla que da el buen gusto, aunque esta no resida en los bajos sino más arriba, en el encéfalo.
El concepto de homínidos se fraguó entre dos pilares, el bipedismo, ya desmantelado, y la expansión cerebral alardeada por los sapiens. Pues esta supuesta encefalización homínida fue rasurada por un descubrimiento en la región de Afar, en Etiopía.
Corría la década de los ochenta cuando el equipo de Tim White y sus colegas se dieron cuenta de un hallazgo demoledor. Rápidamente vieron que aquello fulminaba muchos prejuicios en evolución humana y no les faltó lógica para enunciar sus consecuencias. Aquel esqueleto de unos tres millones de años sí pertenecía a la evolución humana, pero no encajaba con el concepto de homínido.

Aunque bautizaron como Lucy a unos restos bajo el influjo de una canción de los Beatles, Lucy in the Sky with Diamonds, LSD, no fue ninguna alucinación su conclusión. Su Australiopithecus afarensis, bípedo-marchador como un sapiens, tenía una capacidad craneal ínfima, más o menos como la de un chimpancé. Es decir, andar a dos patas no iba con un cerebro grande sino que ambas cosas devenían distintas. En fin, que el concepto de homínido se derrumbó definitivamente ante los datos.
La evolución humana, como la de la mayoría de organismos del planeta, era un mosaico de adquisiciones
A pesar de los pesares los humanos, que no la ciencia, tardó en digerir los nuevos hechos. Ni caminar erguido, ni un cerebro grande justificaban el concepto de homínido. Un buen CSI se rige por los datos contrastados, no por las opiniones de colaterales, y ni mucho menos por quienes persiguen ideas preconcebidas. Los homínidos habían sido una proyección de nuestros deseos antropocéntricos y ahora son una idea fósil entre algunos obstinados.
Ante tanto barullo de opiniones sólo cabía una sabia decisión, escuchar a los fósiles. Estos lo decían bien claro, la evolución humana, como la de la mayoría de organismos del planeta, era un mosaico de adquisiciones. Es decir, en base a estructuras previas los organismos evolucionan heredando lo óptimo y lo menos óptimo de sus ancestros. En ese camino surgen cambios sin tendencias ni diseño inteligente. Y si este existiera para los creacionistas, jamás ha formado parte de una teoría científica contrastada y demostrada.
Con miles de millones de años, la reproducción ha expandido a los más prolíficos. Así de simple y sin dioses ni religiones por medio
La evolución biológica de este planeta, y según todos los datos y los biólogos del mundo, jamás ha pretendido una finalidad hacia homínidos bípedos encefalizados ni hacia un diseño inteligente. Simplemente, y con miles de millones de años, la reproducción ha expandido a los más prolíficos. Así de simple y sin dioses ni religiones por medio.
A finales del siglo XX la mayoría de paleontólogos aceptaron la desaparición del concepto homínido, pero a rey muerto, rey puesto. La desaparición del concepto homínido provocó la necesidad, entre algunos, de crear un nuevo producto que encajara con las nuevas corrientes. Y así se rescató el término hominin para referirse a las especies vinculadas con nuestra evolución, algo otra vez muy antropocéntrico y vinculado de nuevo con nuestro prejuicio más tribal. Este era, y el más grotesco, creernos tan especiales para buscarnos clases evolutivas exclusivas para nosotros.
De homínidos a hominins, y a otros conceptos que les han seguido, vemos un prejuicio clarividente, vernos como una finalidad en la evolución, como una especie elegida por una providencia. Solo cabe repasar qué ha pasado con la nueva clase de parientes nuestros bajo el concepto de hominin.
En algún momento hominin excluyó a australopitecinos y gorilas dejando de nuevo al género Homo el total protagonismo. El problema fue que muchos ejemplares de Homo habilis se han demostrado más cercanos a los australopitecinos que al resto de todos los Homo. Y a ello cabe añadir las enormes similitudes genéticas entre sapiens y chimpancés, hasta el extremo que algunos expertos hablaron de asignar el género Homo a los chimpancés. Luego se definieron nuevos géneros no australopitecinos como parientes nuestros.
La verdad, y cuesta siempre de admitir, es que la naturaleza es muy diversa
Ese conjunto de datos abofeteó el orgullo humano para darnos cuenta que todo era más complicado de lo que deseábamos. En fin que la fiabilidad del concepto hominin también perdió su turno por falta de datos claros. Hoy en día algunos autores relegan a hominin al género Homo y Pan (Chimpancés y Bonobos). Desgraciadamente no hay consenso vigente entre todos los paleontropólogos.
La verdad, y cuesta siempre de admitir, es que la naturaleza es muy diversa, que los caminos evolutivos son insondables y que nuestros intentos de clasificación surgen de un prejuicio, desear moldear la realidad humana bajo una estirpe propia y comprensible. La naturaleza no resulta clasificable al cien por cien. Los humanos diseñamos árboles evolutivos para aproximarnos a esta realidad pero esta se nos escapa. Pensamos y deseamos en hacer más comprensible nuestra evolución, y aunque lo sea, no lo vemos todo.

Por ejemplo, los límites entre especies, géneros y otras clasificaciones se nos pixelan cuando aumentamos el zoom sobre la línea. Es decir, la variabilidad dentro de cada grupo resulta tan amplia que se confunde en el margen de los demás. Para devenir científicos objetivos hay que ceñirse a la variabilidad de las especies, a su posible orden bajo una lógica, y proponer la interpretación más acorde con toda esa realidad. Y si no se puede decir más, no se puede decir más ya que pasaríamos de la ciencia a la ciencia ficción.
Entonces qué hacemos con la dicotomía entre homínidos y hominin. Pues en eso la cladística nos ofrece un método de trabajo acorde entre fósiles, evolución y especies biológicas. Al aplicarla nos acercamos un poco más a la red de relaciones entre nuestros parientes evolutivos dejando a homínidos y hominin bajo la niebla de nuestros deseos antropocéntricos. De hecho la cladística define a muchos más grupos, que los expertos, y sin acuerdo mundial, todavía debaten.
Ciertamente entre las interpretaciones anda el juego de los prejuicios y la evolución humana. Cabe evitar entonces aquellos árboles evolutivos falsos y falaces fruto de personalismos científicos. En el fondo los humanos, homínidos o no, somos muy primates.
Este artículo es la continuación de una serie titulada “Prejuicios y Evolución Humana“, a cargo de nuestro colaborador científico, David Rabadà.
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