El 5 de febrero de 1885, la Conferencia de Berlín resolvía entregar en propiedad al rey de Bélgica, Leopoldo II, el territorio de lo que hoy es la República Democrática del Congo. Casi dos millones y medio de kilómetros cuadrados fueron durante 23 años propiedad personal de este monarca.
CV / Con el acuerdo tácito del resto de potencias coloniales, inició una codiciosa explotación de sus riquezas, que llevó a cabo mediante la más brutal y cruel represión y esclavización de la población local. Se generalizaron las mutilaciones y los asesinatos, desencadenando un régimen de horror y muerte que el escritor Joseph Conrad bautizó como ‘El corazón de las tinieblas’. Es con toda probabilidad el caso de explotación colonial más sanguinario y criminal que se conoce.
Se generalizaron las mutilaciones y los asesinatos, desencadenando un régimen de horror y muerte que el escritor Joseph Conrad bautizó como ‘El corazón de las tinieblas’
Los territorios del Congo era de antiguo una zona tradicionalmente dedicada al tráfico de esclavos. Los europeos en la zona occidental, a través de la desembocadura del río Congo, y los musulmanes en la oriental, desde el emporio de Zanzíbar. El colonialismo europeo de la segunda mitad del siglo XIX había cambiado el comercio de esclavos por la extracción de los inmensos y ricos recursos naturales del África subsahariana. Las tradicionales bases territoriales que habían funcionado como puestos comerciales y de esclavos, se vieron desplazadas por la penetración extensiva en el territorio, para la explotación organizada de los recursos de las selvas y las sabanas: caucho, marfil, oro, diamantes y otras materias primas codiciadas en los mercados internacionales.
Desde la desembocadura del río Congo, se abría hacia el interior, en pleno centro de África, un territorio de más de tres millones de kilómetros cuadrados inhóspitos, con los cuales no se había hecho todavía ninguna potencia europea. Una inexplorada «tierra de nadie» -menos para sus pobladores, claro; pero esto no contaba para las potencias colonialistas-, que se sabía que atesoraba ingentes recursos naturales.
Un ambicioso y megalómano personaje, por nombre Leopoldo II y por cargo rey de Bélgica, soñaba con aumentar su poder y su riqueza
En este contexto, un ambicioso y megalómano personaje, por nombre Leopoldo II y por cargo rey de Bélgica, soñaba con aumentar su poder y su riqueza. Envidiaba a sus vecinos holandeses, la joya de cuyo imperio colonial era Batavia. Incluso ideó un plan para invadir militarmente este país y coronarse rey de Bélgica y Holanda, unificando ambos países. Pero su aliado Napoleón III, que no quería un conflicto más que seguro con Inglaterra, le obligó a abandonar el proyecto. Pero él siguió soñando con su imperio colonial y, al final, supo sacar partido de las disputas y recelos entre las distintas potencias coloniales –Reino Unido, Francia y Alemania, principalmente-, y conseguir que se le reconociera la propiedad del cínicamente denominado «Estado Libre del Congo». Contó, por cierto, para ello, con la inestimable colaboración de los Estados Unidos, y con el atractivo de establecer una zona de libre comercio que, bajo su propiedad, permitiera enriquecerse al resto de potencias, que prefirieron, antes de que cayera en manos de un competidor, que se lo quedar el monarca de un país irrelevante que les iba a facilitar a todos pingües negocios.
Para hacerlo, recurrió a lo más florido de la hez social europea: negreros, mercenarios, cazadores furtivos, negociantes codiciosos y sin escrúpulos…
Para hacerlo, recurrió a lo más florido de la hez social europea: negreros, mercenarios, cazadores furtivos, negociantes codiciosos y sin escrúpulos… Entre ellos, el muy conocido y «glorificado» periodista y aventurero británico, nacionalizado norteamericano, Henry Morton Stanley -famoso por haber dado con el «perdido» explorador David Livingstone-, curiosamente glorificado por Hollywood y casi un héroe nacional en los EEUU. Vio en el Congo la oportunidad de enriquecerse y no dudó en ponerse al servicio de su megalómana majestad, a la vez que todo su empeño en dar rienda suelta a sus pulsiones criminales y genocidas. Otros ilustres sicarios fueron el inglés Verney Lovett Cameron, que tras ser despedido por el esclavista musulmán de Zanzíbar, Tippu Tip, se puso al servicio del belga. O el ítalo-francés Pierre Savorgnan de Brazza, quien, horrorizado por las atrocidades que vio, se desentendió y pasó al servicio de Francia, instalándose en lo que hoy és la República del Congo –situada al sur de la República Democrática del Congo-, más conocida como Congo-Brazzaville, por el nombre de su capital, que él fundó y llamó con su apellido.
Stanley convenció a Leopoldo II de la necesidad de construir una línea de ferrocarril que penetrara en el interior y permitiera transportar las materias primas hasta Boma, donde se embarcarían. Para todas las obras se utilizó mano de obra esclava, reclutada forzosamente entre la población indígena y bajo un modelo de terror implacable. El régimen disciplinario era rígido e inflexible, con castigo de mutilaciones físicas y la muerte, según la «gravedad» de la «falta», además de los que morían por miles debido a las duras condiciones de trabajo y a la falta de la menor atención médica. El esclavo era, simplemente, reemplazable, no valía la pena ni «repararlo». Leopoldo II formó su propio ejército privado, «Force publique», que llegó a contar con 20.000 mercenarios. Atesoró una fortuna incalculable, sobre todo a partir del comercio con el caucho, que le convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo, amasando una fortuna cuya auténtica cuantía nunca se ha sabido con certeza. Las rebeliones fueron reprimidas con exterminios masivos de hombres, mujeres y niños.
En el colmo del cinismo, entre 1891 y 1894, la «Force Publique» libró una guerra contra el mercader de esclavos de Zanzíbar, Tippu Tip, que había seguido operando en los territorios que ahora Leopoldo consideraba suyos. El conflicto era, evidentemente, para sacarse a un competidor de encima, pero Leopoldo II lo vendió como una guerra contra los árabes para acabar con la barbarie de la esclavitud; por cierto que con el aplauso de las grandes naciones europeas y de los EEUU. Uno de los castigos más «benévolos» que se aplicaba era la chicotte, una especie de látigo que desgarraba las carnes del reo, y que se aplicaba incluso a niños. La utilización de la chicotte se mantuvo hasta el año 1959, en vísperas de la independencia del Congo Belga. Todo el territorio fue un inmenso campo de concentración.
El primero en denunciar las atrocidades que se estaban cometiendo fue George W. Williams, un ciudadano negro norteamericano, que estuvo durante seis meses en el Congo, registrando el horror que pudo ver en directo
El primero en denunciar las atrocidades que se estaban cometiendo fue George W. Williams, un ciudadano negro norteamericano, que estuvo durante seis meses en el Congo, registrando el horror que pudo ver en directo. Escribió una carta abierta de denuncia a Leopoldo II que algunos periódicos publicaron y que, durante un tiempo, causó un cierto revuelo. Pero pronto se echó tierra de por medio. Había demasiados intereses económicos involucrados. Williams fue a su vez objeto de una campaña pública de desacreditación, y su muerte, que se produjo en el camarote del barco en que volvía a los EEUU, durante una escala en Blackpool, hizo que se olvidara completamente el tema.
Distinto fue el caso del novelista anglo-polaco Joseph Conrad, que enrolado como marino mercante remontó el río Congo y pudo ver también de primera mano el genocidio y el horror en que se resolvían lo que en Occidente se suponía que era la labor humanitaria de Leopoldo II. De sus experiencias en esta travesía, escribió su conocido relato ‘El corazón de las tinieblas’. Conforme el tiempo iba pasando, cada vez resultaba más difícil obviar la realidad de lo que allí estaba ocurriendo. Administradores, cónsules, misioneros…
La situación se tornó insostenible. Hubo cada vez más denuncias públicas e informes que incluso las documentaban gráficamente. Y ni los jueces belgas corruptos sobornados por el rey consiguieron evitar el escándalo. En 1908, Leopoldo II cedió el Congo al estado belga, pasando el territorio a ser una colonia. Puso, eso sí, condiciones: Bélgica debió asumir la deuda del Congo, 110 millones de francos, además de un pago extraordinario de 50 millones que su majestad ingresó en concepto de «gratitud» del pueblo belga hacia su obra. No fue un mal negocio: para entonces, el precio del caucho estaba por los suelos, por la competencia del sudeste asiático.
Con la cesión del Congo a Bélgica no se detuvieron las sanguinarias y represivas prácticas con la población indígena, y la «Force Publique» siguió actuando como si tal cosa
Con la cesión del Congo a Bélgica no se detuvieron las sanguinarias y represivas prácticas con la población indígena, y la «Force Publique» siguió actuando como si tal cosa. Es imposible saber con certeza el número total de víctimas directas de la represión durante los tiempos de Leopoldo II. Se calcula, aproximativamente, que la población del Congo estaba en 1885 en torno a los veinte o veinticinco millones de habitantes. En el primer censo de población, realizado en 1911, era de ocho millones y medio. Las estimaciones van desde cinco hasta quince millones de seres humanos. Como bien define Conrad en el lema de su novela: el horror.
Leopoldo II murió en diciembre de 1909, a los 74 años de edad. Fue enterrado con todos los honores y jamás ha sido juzgado ni condenado por sus deleznables actos, de los que consta que fue plenamente consciente.
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