Cabe hablar aquí de una tendencia educativa que algunos ven una utopía sin medios sólidos, la escuela inclusiva. En ella hay detractores y defensores que se hallan en extremos opuestos y nada antagónicos. La escuela inclusiva propone que todos los niños de edad similar convivan en la misma clase a pesar de las limitaciones físicas o cognitivas de algunos.
David Rabadà | Catalunya Vanguardista @DAVIDRABADA
Uno de los primeros estados que abogó por la escuela inclusiva fue el Reino Unido durante la década de los setenta, y en concreto durante el gobierno conservador de Margaret Thatcher. Tal práctica trajo consigo un gran ahorro para el Estado en detrimento del bienestar social. Trasladando a todos los alumnos con discapacidades físicas, psíquicas y conductuales a los centros públicos, se pudieron cerrar todas aquellas instituciones británicas que atendían a los jóvenes con necesidades especiales. Hoy en día la idea es aparentemente justa y progresista, pero hay casos que resultan muy difíciles de abordar y que nos recuerdan lo maquiavélico de la dama de hierro británica.
Para defectos de visión, paraplejías y leves trastornos psicológicos la escuela inclusiva resulta una gran herramienta de socialización escolar, pero en casos extremos como microcefalia, síndrome de Down o sicóticos violentos ésta resulta muy discutible
Para defectos de visión, paraplejías y leves trastornos psicológicos la escuela inclusiva resulta una gran herramienta de socialización escolar, pero en casos extremos como microcefalia, síndrome de Down o sicóticos violentos ésta resulta muy discutible, sobre todo con falta de recursos y cuando se llega a la adolescencia y los compañeros de grupo rechazan al anómalo. Éste sufre el aislamiento involuntario y los demás, por mucho que se les inculque, se les olvida continuamente. Quizás ocurra que la escuela no sea el mejor lugar terapéutico por dos factores: los maestros no son médicos y los centros no poseen medios clínicos. Otra cosa fuera que quisiéramos convertir la escuela en zonas de atenciones clínicas y los hospitales en aulas, pero no quiero dar más ideas a los teóricos de la educación. En ello hay un tipo de padres, que con independencia de si hay o no escuela inclusiva, logran formar a jóvenes brillantes. Hablemos un momento de los supereducadores.
Los supereducadores
¿Qué hay más allá del Polo Norte? Pues alguien anduvo mucho y lo averiguó, el Polo Sur. Ir más allá de lo establecido nos lleva muy lejos, nos puede transportar al otro extremo de lo buscado, a lo contrario. A las morales estrictas les pasa algo parecido, invierten los polos de los demás. La férreas convicciones religiosas, sociales, políticas o de otro estandarte provocan la repulsa de sus contrarios. Una educación bajo ese influjo roza la perfección, tanto que puede que el mundo del adolescente pegue la vuelta, el Norte se nos vuelva Sur. La pubertad se caracteriza por cuestionar todo lo que los adultos impusieron. Cambiar las cosas e incluso dirigirse a los extremos suele suceder durante esta etapa de la vida.
– No comprendemos sus desafíos – me comentaba preocupada una madre –, le hemos dedicado todo nuestro tiempo educándolo e inculcándole buenos valores. De pequeño siempre nos dijeron que parecía tan maduro que ahora nos sorprende su rebeldía.
Y es que la adolescencia les hace huir de nosotros y de nuestros preceptos tan perfectos. Quizás la pubertad exista como una adaptación biológica para que se produzca el progreso cultural en nuestra especie, aunque dudo mucho que esto sirva de consuelo a quienes padecen púberes recalcitrantes por casa. Quizás haya que comprender que una moral demasiado estricta da unos frutos educativos relucientes y muy maduros, pero puede que la adolescencia y su giro de polos los eche a perder, es decir, que lo muy maduro se pudra. Cuando eso ocurre puede que estemos delante de unos supereducadores, padres muy controladores del entorno, amistades y actividades del retoño. Entre ellos no suelen discrepar ante el zagal ya que el frente está muy unido bajo una misma moral o creencia.
Quizás haya que comprender que una moral demasiado estricta da unos frutos educativos relucientes y muy maduros, pero puede que la adolescencia y su giro de polos los eche a perder, es decir, que lo muy maduro se pudra
Tampoco justifican a su prole ante los demás ni les ríen las gracias. En cuanto al tiempo con sus hijos compartiendo juegos, amor y disciplina es de alta calidad. Visto lo anterior, no suelen ser amigos de sus hijos, pero sí sus fieles educadores. En fin, que son todo un ejemplo que seguir. Entonces, ¿cuál puede resultar el problema? Pues el excesivo aislamiento del alumno y la creación prematura de un adulto artificial. En fin, un escolar con un ego muy fuerte, sujeto a los preceptos inculcados y con pocas experiencias sociales. Cuando llegan a la pubertad, y curiosean el mundo que les rodea, son una bomba de relojería si caen en malas manos. Recuerdo el caso de un alumno ejemplar en segundo de la ESO que me trajo un librillo peculiar. En la tapa de color rojo brillaba en oro el título ¿Existe un Creador que se Interese por Nosotros?
– Quería saber tu opinión sobre estos escritos, es un regalo – me comentó Xavier, mi alumno.
– Ya sé que en casa sois “testigos”, así que debo preguntarte, ¿es un regalo o un intento de evangelizarme? – le inquirí yo al no ser practicante.
– Sólo un regalo David. Quiero saber tu opinión.
Y fue cierto, el adolescente empezaba a tener sus dudas sobre lo inculcado y buscaba caminos propios ante sus supereducadores. Por tanto, acepté el presente, me leí el libro y elaboré una opinión lo más objetiva posible.
– Como científico te diré que el libro mezcla religión con empirismo forzando conclusiones sin utilizar la lógica. Es un libro de creencias y no de ciencias.
Esta vez, supongo, la bomba de relojería cayó en buenas manos. Así pues, estos escolares maduros, aunque antes de hora, corren el riesgo de explotar si algo los desestabiliza al convencerles de otras alternativas que las impuestas por sus padres. En breve un nuevo capítulo de Rebelión en la Granja sucede en la República Independiente de su casa.
De todas formas, estos zagales son ejemplares en muchos aspectos, con una humilde autoestima no exigen muchos caprichos a sus padres. Orgullosos, que no provocativos, presentan un riesgo de repetir curso casi nulo, a no ser que su polo Norte se dirija al Sur. A nivel académico son de una constancia y perseverancia impresionantes, hasta de una inteligencia envidiable gracias al estudio esforzado dirigido por sus padres. La verdad es que los supereducadores realizan prodigios con sus hijos gracias a una gran dedicación y a un buen ideario moral. A tenor de esto hay que admitir que la genética no siempre es la razón de la inteligencia.
Ahora todo parece contenido en nuestros genes, aunque es la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas
Ya se ha argumentado que la mayoría de los jóvenes brillantes no nacen, se hacen, algo que choca con nuestra concepción determinista del tan de moda genoma humano. Ahora todo parece contenido en nuestros genes, aunque es la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas. Cierto es que heredamos potenciales gracias a nuestros cromosomas y que bajo un buen influjo éstos llegan a fructificar como deben, pero la inteligencia de los hijos de los supereducadores, y según los últimos descubrimientos en neurobiología y sicología, surge claramente más del influjo familiar, con el estudio esforzado, que no del genoma heredado, todo lo contrario de lo que creían los padres agazapados al diagnóstico, o de los defensores a ultranza de la escuela inclusiva universal.
El estudio esforzado produce una mayor mielinización de las neuronas y ello unas mayores capacidades mentales. Con estos argumentos no se pretende relegar el papel innato de las capacidades individuales, sólo se quiere recalcar la fuerza que posee una educación bien dirigida, la del estudio esforzado de los supereducadores. Obviamente cuando un zagal padece unas limitaciones clínicas severas no hay que pedir peras al olmo, sólo un diagnóstico y terapia en infantil. La genética condiciona, pero la maestría de los padres también.
Este artículo forma parte de una serie titulada “Fracaso escolar o fracaso político“, a cargo de nuestro colaborador, David Rabadà.
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