Tal día como hoy… 27 de febrero del año 1767 se ordenaba la expulsión de los jesuitas de la Monarquía Hispánica
El 27 de febrero del año 1767 se promulgaba la Pragmática Sanción del rey de España, Carlos III, por la cual se confiscaban todos los bienes de los Jesuitas y se expulsaba a los miembros de esta Orden de todos los territorios de la monarquía española. De alguna manera podríamos decir que se trataba de una medida que se había puesto de moda: Los jesuitas habían sido expulsados de Portugal en 1758, y de Francia en 1764.
CV / La orden de los Jesuitas, fundada por Ignacio de Loyola en 1534, había sido en sus inicios el mayor instrumento intelectual de la Contrarreforma católica en su debate, ideológico y teológico, contra el protestantismo. Dos siglos y medio después se había convertido en una de las órdenes más poderosas del orbe católico y probablemente en la más influyente en España. Ni que decir tiene que ello suscitó los celos y la envidia de otras órdenes.
La orden de los Jesuitas, fundada por Ignacio de Loyola en 1534, había sido en sus inicios el mayor instrumento intelectual de la Contrarreforma católica
A diferencia de otros países católicos, como Francia, donde la Iglesia y las órdenes religiosas habían sido sometidas al poder real, en España la situación había involucionado en sentido inverso: era más bien la monarquía la que dependía del omnímodo poder de la Iglesia y, dentro de ésta, las órdenes religiosas tenían un papel preponderante, no solo por su monopolio de la enseñanza, sino también por su poder económico, hasta el punto de que constituían lo que hoy en día llamaríamos un todopoderoso lobby cuya influencia se extendía mucho más allá del terreno estrictamente espiritual y de cuidado de las almas que se supone que tenía encomendado por instrucción divina.
En España reinaba Carlos III, que aun no siendo un hombre de muchas luces, en comparación a sus antecesores resultó ser un monarca abierto e ilustrado. Se había traído de Nápoles un equipo de ministros y consejeros, en general ilustrados e instruidos, a los cuales colocó en cargos de responsabilidad. Esto suscitó el rechazo de las clases aristocráticas locales, que veían «usurpados» por extranjeros mejor preparados que ellos unos puestos a cuyo usufructo se creían acreedores por derecho divino.

El más famoso de estos «extranjeros» fue el marqués de Esquilache, que acometió un ambicioso programa de modernización urbana de Madrid que preveía alumbrado, alcantarillado y la reducción de la criminalidad. En relación a esto último prohibió el uso de la capa y el chambergo -sombrero de alas anchas-, vestimentas que facilitaban la ocultación tanto de mercancía de contrabando como la identidad del contrabandista.
Pero la población consideró la prohibición una ofensa a las esencias patrias; unas esencias por supuesto debidamente instigadas desde una campaña orquesta de graffittis y pasquines cuyos textos delataban el origen culto e instruido de sus autores… Estallaron motines y algaradas en toda España. Los desórdenes más notorios se produjeron en Madrid, pero los hubo en toda España -Zaragoza, Barcelona, Sevilla, Santander, Bilbao, Cádiz, Cartagena…-. Esquilache se convirtió en el blanco de las iras de los antirreformistas y Carlos III se vio obligado a destituirlo en 1766.
Los que substituyeron a Esquilache, aunque nativos, tampoco fueron precisamente de la cuerda antirreformista, y aunque fuera sobre todo para evitar que les ocurriera lo mismo que a Esquilache, empezaron a investigar quiénes habían sido los instigadores de los disturbios. Y los jesuitas fueron el chivo expiatorio perfecto. Liquidaban a la orden más poderosa y rica, a la vez que se guardaban las apariencias de un correcto funcionamiento de la justicia real descubriendo y castigando a los culpables del motín contra el pobre Esquilache.
Paralelamente empezaron a circular rumores sobre el envenenamiento de una de las cisternas que proveían de agua a Madrid, y claro, los autores eran también los jesuitas. Si por aquellas fechas hubieran asesinado a Kennedy, seguro que también hubieran sido los jesuitas…
La expulsión se ejecutó el 2 de abril. Las casas de los jesuitas fueron cercadas por soldados reales y se les notificó la orden de expulsión
La expulsión se ejecutó el 2 de abril. Las casas de los jesuitas fueron cercadas por soldados reales y se les notificó la orden de expulsión. Fueron 2641 en España -al año siguiente, 2630 en las colonias de ultramar-. Fueron llevados a puertos mediterráneos y embarcados hacia Córcega, con tan mala suerte para los jesuitas que la isla pasó a Francia al año siguiente -que los había expulsado cuatro años antes-. Muy a su pesar, el papa Clemente XIII los tuvo que acoger en los Estados Pontificios.
No está nada claro que los jesuitas fueran los instigadores de la campaña contra Esquilache, o como mínimo, que fueran los únicos instigadores. Sus bienes fueron confiscados, pero en casi nada se «aprovechó» la expulsión para modernizar el país. Se diseñó una reforma de la enseñanza que debía primar las disciplinas científicas actualizadas, que lógicamente chocó con la oposición de las otras órdenes religiosas y fue abandonado antes incluso de empezar a aplicarse. Por lo demás, la mayor parte de su patrimonio se repartió como botín entre las restantes órdenes.