El hastag #StopDeberesEscolares en las redes sociales pretende «racionalizar» el estudio del alumno fuera de las aulas / Imagen: cartel de la campaña
#StopDeberesEscolares: menudo disparate
.
La convocatoria de la actual huelga de deberes es un insólito ejercicio de irresponsabilidad por parte de quienes más interesados deberían estar en la formación de las futuras generaciones, la confederación que dice representar a sus padres y madres. Yerra tanto en el fondo como en la forma. En el fondo, porque no propone alternativa que no implique que sus hijos vayan a aprender menos; en la forma, porque se equivoca al apuntar sus dardos contra el colectivo docente, desautorizándolo, cuya única responsabilidad es la aplicación de los programas de estudios establecidos por el gobierno.
.
.
Xavier Massó / x.masso@catalunyavanguardista.com
Desde siempre, la lógica de la imposición de deberes escolares ha obedecido a un doble objetivo, académico el primero, social y cultural el segundo. Académicamente, el encargo de «deberes» responde a una cuestión que, por evidente en sí misma, ruboriza tener que argumentar. Lo que se explica en el aula requiere de un trabajo posterior de consolidación e interiorización que se puede llevar a cabo fuera de ella: eso son los deberes.
Desde siempre, la lógica de la imposición de deberes escolares ha obedecido a un doble objetivo, académico el primero, social y cultural el segundo
Es verdad que no todos somos iguales, ni en preferencias ni en inteligencia; pero lo que se imparte en el aula sí lo es, tanto en contenidos como en tiempo. Es por lo tanto inevitable que la posterior interiorización y consolidación mediante los deberes requerirá sin duda un tiempo desigual según el alumno. Los habrá que realizarán los ejercicios en media hora; a otros puede llevarles más tiempo. Esta es la servidumbre de la escolarización obligatoria, inclusiva y única que, precisamente, siempre ha sido bandera pedagógica de esta organización que ahora promueve la huelga contra los deberes. Inaudito, por no decir ramplón.
Hay también sin duda otro objetivo, complementario al estrictamente académico: preparar para la vida. Una vida que está constituida por derechos y deberes, donde no son posibles aquéllos sin éstos. Privar a las jóvenes generaciones de esta propedéutica y distorsionar su información y comprensión de la realidad con que se encontrarán en su vida adulta, no es precisamente hacerles un favor, sino un miserable engaño urdido con materiales residuales, deshechos de resentimiento y la mala conciencia. En lugar de prepararlos críticamente para lo que hay, los preparamos para lo que nos hubiera gustado que hubiera. Más sorprendente es aún que la iniciativa contra los deberes provenga de una organización que se dice de padres y madres de alumnos.

.
Sólo desde el despropósito en que se ha convertido nuestro sistema educativo y su actual estado de deterioro, donde cualquier orate advenedizo pontifica sobre lo que le viene en gana, y contra más extravagantes sean sus afirmaciones, más pábulo obtiene, se puede intentar entender algo tan absurdo como la huelga de deberes que nos ocupa. Resulta que, hartos de las tareas que maestros y profesores encargan para realizar en casa, la mayor organización de padres de alumnos, cuyo nombre no merece ser ni citado, ha resuelto boicotearlos. Una huelga parcial, habría que decir, en rigor, aunque con algo de guasa; porque los hijos de estos padres seguirán asistiendo a clase. Técnicamente hablando, la huelga «general» sería que se negaran también a llevarlos a la escuela mientras dure la protesta.
¿Se trata de los deberes en general –»NO a los deberes»-, o lo que se pide son menos deberes y/o más fáciles?
¿Pero qué es una huelga de deberes? Pues algo así como si estos mismos padres y madres decidieran negarse a suministrarles a sus hijos los medicamentos recetados por el médico. No sé a ustedes, pero a uno todo esto le recuerda una de las últimas escenas de la inolvidable «Vida de Brian»[1], cuando en un campo lleno de crucificados, el centinela anuncia la llegada de un escuadrón suicida y los legionarios romanos huyen despavoridos. Al llegar al lugar, los temibles miembros del escuadrón forman en círculo y se autoinmolan clavándose un puñal en el corazón.
¿Absurdo, verdad, que unos descerebrados crean estar luchando contra la ocupación romana suicidándose sin más? Pues igual de absurda se antoja esta huelga. Con un agravante nada desdeñable: el daño se lo están haciendo a sus propios hijos.
Aun así, a pesar del inevitable tono sainetero que impregna todo este escenario, la cosa no es para tomársela a broma, porque refleja un cierto estado de opinión más que sintomático y hay que tratar de analizarlo con un mínimo de seriedad: los padres se niegan a que sus hijos hagan los deberes que los profesores les encargan para hacer en casa, esto es lo que hay. Cabría preguntarse si todos los padres y madres van a secundar esta iniciativa «prohibiéndoles» a sus hijos que hagan los deberes. Por supuesto que no, ni de lejos. Todo esto, al final, no es más que una astracanada urdida por cuatro vividores, que nadie con un mínimo de luces secundará.
Desde los tiempos más antiguos, a la escuela se va a recibir instrucción sobre una serie de conocimientos, aptitudes y destrezas
Pero no por ello dejan de surgir unas cuantas preguntas, todas ellas interrelacionadas. ¿Se trata de los deberes en general –no a los deberes-, o lo que se pide son menos deberes y/o más fáciles? También cabe preguntarse si realmente hay para tanto y si, otorgando el beneficio de la duda, los deberes son realmente un suplicio tan intolerable que se han visto forzados a hacer algo para defender los derechos de su progenie. Y todo ello, más otras preguntas que nos podríamos hacer –como si, por ejemplo, hay gato encerrado-, nos lleva, en definitiva, al concepto que cada cual pueda tener sobre el sistema educativo y sus funciones. Claro y llano: ¿Qué se va a hacer, o qué se ha de ir a hacer, a la escuela?
¿No a los deberes o «menos» deberes (o más «fáciles»)? Veamos. Desde los tiempos más antiguos, a la escuela se va a recibir instrucción sobre una serie de conocimientos, aptitudes y destrezas, de las cuales el individuo precisará disponer, de una u otra forma, a lo largo de su vida, que no se pueden adquirir en los entornos sociales más inmediatos, sino que requieren de instituciones ad hoc. Así las cosas, si a la escuela se va a aprender, el encargo de deberes respondería a la razonable idea según la cual, lo que se ha explicado en el aula, el alumno lo puede aplicar luego fuera de ella, profundizando y consolidando lo que allí ha aprendido, siempre bajo la supervisión del profesor, que corrige y reconduce las eventuales deficiencias que en la realización de los ejercicios encomendados se hayan detectado. De acuerdo con esto, el encargo de deberes sería, pues, ineludible.

Hay también otro aspecto más que digno de consideración. Cuando se critica a un profesor porque pone deberes, o «demasiados» deberes, se acostumbra olvidar que su corrección le ocupa luego una considerable cantidad de horas de trabajo que, si considerara innecesarias, podría evitarse sin mayores problemas. En mis tiempos de alumno, tampoco a nadie le gustaban los deberes, y eran los padres los que velaban por que no nos «escaqueáramos» leyendo tebeos. Y todos sabíamos, además, algo que hoy parece haberse olvidado: a pesar de todo, de los profesores que no encargaban deberes, a la vez que los considerábamos de lo más «enrollados», decíamos también que eran unos «vagos». A menos deberes, menos trabajo luego en casa, también para el profesor. Y si aprobaba por la cara, miel sobre hojuelas.
Así que dejemos desde un primer momento bien clara una cosa: si entendemos que poner deberes es una penalización, o simples ganas de fastidiar, el primer penalizado sería el propio profesor, que luego ha de corregir los de todos sus alumnos. De modo que, si aun así sigue encargando deberes, será porque lo considera necesario para el correcto aprendizaje de sus alumnos. Y si, por ejemplo, el profesor de matemáticas entiende que es necesario encargar deberes, sus razones tendrá, muy especialmente si atendemos al hecho que quien conoce la materia y tiene la responsabilidad de impartirla, es él, y no los padres de sus alumnos.
Ciertamente, igual que puede haber médicos más proclives que otros a recetar una mayor cantidad de medicamentos a sus pacientes -siempre dentro de los términos razonables que marcan la inteligencia y el dominio de la especialidad-, habrá también docentes que tenderán a poner más deberes que otros. Pero de la misma manera que parece juicioso hacerle caso al médico si lo que queremos es curarnos, también lo parece seguir las indicaciones del profesor… si lo que queremos es que nuestros hijos aprendan. Siendo así, y a la espera de que se descubra algún nuevo método de aprendizaje por osmosis –en ello están muchos pedagogos-, los deberes deberán seguir existiendo. Porque no hay, se mire como se mire y guste o no, alternativa pedagógica al esfuerzo.
En realidad, no es que a los alumnos se les pongan demasiados deberes, esto no es más que una leyenda urbana. El problema, en todo caso, está en la proliferación de actividades extraescolares que ocupan un tiempo que los alumnos han de suplir luego, invirtiendo en los deberes el que deberían destinar al ocio, que queda entonces sensiblemente reducido. Pero entonces, y asumiendo que el tiempo es el que es, seamos mínimamente sinceros con nosotros mismos y planteémonos si estamos dispuestos a que nuestros alumnos aprendan menos matemáticas, física o geografía. Es decir, y sin ambages ¿qué se considera más importante, lo que se hace en la escuela o en las actividades extraescolares?
O se considera que es posible aprender matemáticas, lenguas o biología, sin esfuerzo ni supervisión o a la escuela no se ha de ir a aprender
En relación a los que piensen que, simplemente, no ha de haber deberes, de ningún tipo, el trasunto es entonces otro y se resuelve en la siguiente dicotomía: o se considera que es posible aprender matemáticas, lenguas o biología, sin esfuerzo ni supervisión –no faltan quienes lo piensan-, o a la escuela no se ha de ir a aprender –tampoco esta opción anda escasa de adeptos-, sino a cualquier otra cosa, la que sea, y que en el tiempo ocupado por el espacio escolar, la transmisión de conocimientos es un mero pretexto para mantener ocupados a los jóvenes y adolescentes.
Ignoramos cuál es la opinión de los convocantes de la huelga a este respecto. Pero a poco que consideremos que los milagros, hoy por hoy al menos, en Lourdes y poca cosa más, todo parece indicar que se han hecho un lío propio del que opina sobre lo que ignora. Y entonces surge de nuevo la vieja pregunta: ¿A qué se va a la escuela?
Porque si lo que consideran es que, en mayor o menor grado, lo que se va a aprender a la escuela es prescindible, entonces que no se rebelen contra los docentes, sino contra el gobierno, que es quien establece los programas de estudios. Pero luego no nos escandalicemos por seguir en la cola de PISA y a la cabeza en fracaso escolar. Seremos unos ignorantes, sí, pero con la población más feliz y ociosa del mundo. Y claro, «que inventen ellos».
.
Notas al pie:
[1] «Life of Brian», Monty Picton (1979)
.
La campaña contra los deberes es un despropósito que coloca a los alumnos ante la disyuntiva de tener que elegir entre dos autoridades para ellos básicas en su educación: la familia o la escuela. Es como darles a elegir entre el padre o la madre. Me pregunto si esos padres son capaces de idear una campaña de huelga de «tareas profesionales» ante su jefe. Deberían ser coherentes y dar un ejemplo rápido a sus hijos. Con ello, todos al paro y a la ignorancia permanente, pero eso sí, tiempo libre para todos!
Tot això és política. Qui defensarà ara la revàlida de batxillerat davant d’aquesta vaga. És una mesura de pressió.
Es una maniobra de presión política contra la reválida. Así estarán más fuertes ahora que habrá que negociar sobre la LOMCE.