James Watt

Watt patentó la máquina de vapor y creó su propia compañía, la Soho Foundry

Tal día como hoy… 19 de enero de 1736, nacía James Watt, inventor de la  máquina de vapor

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Nacido en Greenock, Escocia y criado en una familia culta y bienestante de confesión presbiteriana, su afición por las matemáticas, la física y la neumática llevaron a James Watt a la profesión de ingeniero mecánico. Trabajó para la Universidad de Glasgow y participó en proyectos de construcción de canales de navegación. Patentó la máquina de vapor y creó su propia compañía, la Soho Foundry. En 1785, ingresó en la Royal Society. Falleció en Birmingham el 25 de agosto de 1819. La unidad de potencia del sistema internacional, el vatio, se llama así en su memoria.

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CV / En realidad, la atribución en exclusiva a Watt de la invención de la máquina de vapor es, sin pretender por ello quitarle el reconocimiento que merece, algo inexacta. Su mérito consiste en haber perfeccionado diseños anteriores -la máquina de Newcomen, concretamente-, haciendo rentable su aplicación a efectos prácticos para producir energía.

La aplicación de la máquina de vapor permitirá la mecanización de la producción y propiciará la revolución industrial del siglo XIX

La aplicación de la máquina de vapor permitirá la mecanización de la producción y propiciará la revolución industrial del siglo XIX, que inaugurará una nueva era. La humanidad dejará definitivamente atrás un mundo donde la producción había sido antropotécnica –utilización de la fuerza de trabajo humana-, zootécnica –fuerza animal- o eotécníca –utilización y aprovechamiento de los fenómenos naturales, como el viento o el agua-, para entrar en la era mecanotécnica –la fuerza de la máquina resultante de la aplicación práctica de los principios teóricos de la revolución científica de los siglos anteriores-. La fuerza humana, la animal o la natural seguirán utilizándose, pero supeditadas ya a la máquina y en franco retroceso por lo que refiere a su protagonismo en los procesos productivos.

Para hacernos una idea de lo que representó, basta con pensar en lo que significó uno de sus logros: el ferrocarril. El tiempo que se tardaba en recorrer el trayecto entre París y Marsella, por ejemplo, en la época de Napoleón, era todavía prácticamente el mismo que los romanos dos mil años antes con su red de calzadas; porque la naturaleza del transporte seguía siendo la misma: la tracción animal. La implantación del ferrocarril representó un hito de cuya trascendencia nos cuesta hoy en día hacernos una idea cabal, acostumbrados como estamos a los AVE’s, a los aviones o a las autopistas.

Como curiosidad, digamos que la tradición atribuye algo así como la primera máquina de vapor de la historia a Herón de Alejandría (siglo I), que la habría construido para abrir «automáticamente» las puertas de un templo. Sin ser un hecho confirmado y con todas las reservas de rigor, parece verosímil. En cualquier caso, caería en el olvido y lo evidente es que no tuvo continuidad. Quizás de haberla tenido, la Revolución Industrial hubiera llegado hace dos mil años, en lugar de hace doscientos. Pero esto sería otra historia.

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