La decencia y el tiempo del periodista

«Creo que en demasiadas ocasiones los medios de comunicación han confundido su papel y, en vez de ser los enviados especiales de la sociedad frente al poder, han actuado como enviados del poder frente a la sociedad»

Iñaki Gabilondo: «La credibilidad solo se consigue con decencia y tiempo»

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UB / Hemos tenido la oportunidad de entrevistar a Iñaki Gabilondo, uno de los periodistas más reconocidos en España desde la Transición, minutos antes de que inaugure el curso académico de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, el pasado jueves 1 de octubre.

Con él charlamos de la actualidad política, del periodismo actual y de una sociedad que asiste, desconcertada, a un futuro en el que las herramientas y las tecnologías parecen haber tomado las riendas.

A los alumnos de los grados de Filología y de Comunicación que abarrotan el Aula Magna, les aclara que «el futuro no está escrito», que «la acción del periodismo es hoy más imprescindible que nunca», y que «hay que prepararse para saber identificar el agua potable en un mundo inundado de información».

«Periodismo y opinión pública. Un viaje a tierra incógnita». ¿Por qué ha titulado así su charla de hoy?

El periodismo va a tener que moverse en los próximos años por tierras totalmente inexploradas; porque la globalización y las nuevas tecnologías lo han cambiado todo de tal manera, que cuanto estamos viendo y analizando es sencillamente el final de un mundo y los albores de otro y, naturalmente, es muy difícil en este momento hacer ningún tipo de pronóstico de nada. Esto mismo también sirve para cualquier otra actividad. Está todo muy patas arriba: a eso me refiero. Aunque esta situación tampoco es tan inusual; porque en las épocas en que uno se creía que no estaba en un viaje por tierra incógnita, también lo estaba. Siempre es una incógnita. Lo que les voy a decir a los estudiantes es que no vayan a equivocarse: todo lo que está por delante está por hacer.

¿Qué es lo que usted considera más urgente transmitir a las nuevas generaciones en el oficio, a los futuros periodistas?

«Hay un «qué decir», un «qué pensar» que están al margen de las modas»

Me parece que lo más importante es sacarles de la fascinación por los medios y las herramientas. ¡Ahora es tan atractivo todo el arsenal de tecnología, hay tanta obsesión! Se sospecha, o se cree, o se entiende, que uno está metido en la realidad de las cosas y que maneja con destreza estas herramientas y, a fuerza de tanto preocuparse por ellas, se ha olvidado un poco que hay un fondo y un «qué hacer», no tanto un «con qué hacerlo». Hay un «qué decir», un «qué pensar» que están al margen de las modas. Y sea cual sea la novedad tecnológica que suceda a la actual, sea cual sea la incógnita de la tierra incógnita, hay unos elementos estables que van a acompañar siempre al ser humano, al periodista, y que deben aprenderse con conciencia: «Señores, vamos a colocar aquí, en el rincón de la izquierda, los elementos constantes, aquellos que pase lo que pase en vuestra vida, cuando tengáis ochenta años, habiendo trabajado en empresas que ahora no existen y que existirán, en la organización de modelos económicos completamente diferentes, con lenguajes que no podemos imaginar, con herramientas que no podemos imaginar, con contenidos que no podemos imaginar, serán clave: la necesidad de la gente de conocer lo que ocurre, para sentirse integrada en el tejido social, la necesidad de la decencia, y la garantía de la credibilidad, que solo se consigue con una fórmula que suscribo, pero que no he inventado: credibilidad = decencia + tiempo. Si queréis credibilidad, que la necesitaréis en todos los casos, necesitaréis acumular decencia y tiempo. Solo con tiempo no vale, solo con decencia tampoco».

Se corre el riesgo de que estos elementos parezcan bobadas, precisamente por la enorme atracción que ejercen las herramientas; pero que no se nos olvide que este asunto tiene una relación extraordinaria con el papel del hombre en una sociedad libre. Cuando se descubre que el ser humano es un ser con derechos se le dice: «A partir de ahora, nada de lo que te ocurra podrá hacerse sin contar contigo», de manera que, desde ese instante, el hombre necesita saber qué cosas pasan para poder tener algo que ver con el mundo. A no ser que eso no nos importe… Hay gente que cree que no hay elementos constantes; yo creo que sí. Los hay y los habrá.

¿Dónde se genera la opinión hoy día?

En un nuevo espacio que es ningún espacio o todos los espacios. Antes sabíamos dónde estaban las fuentes de las que mana el agua que nos llega e íbamos por ellas. Ahora nos llegan y nos rodean por todas partes. Hoy, la opinión es el resultado no solo de mil millones de fuentes, sino del choque de esas mil millones de fuentes entre sí. Es un juego extremadamente complejo. Esa es la gran dificultad del momento. Cuando hablan de la influencia de la televisión dicen: «¡Quitad a los niños de delante del televisor! ¡Mirad que película están echando!». Todavía se actúa como se actuaba antes, cuando echaban una película en la televisión y alguien la veía y le hacía un efecto u otro. Pero es que ahora se vive zapeando. Ahora ves una escena de esa película, y un gol, y un niño atropellado por un camión, y otra vez la película, y otro gol y otro coche, y una chica guapa… Esta es la realidad del producto que la gente integra. Sin embargo, nuestro análisis sigue siendo el antiguo.

No se ha estudiado la papilla resultante del zapeo, que es lo que finalmente digiere la gente

Nada se hace como antes se hacía; pero nuestro discurso sigue aludiendo a los procesos y las influencias que solían producirse antes. Ahora todo se produce de una manera completamente cruzada, muy poco estudiada, y me sorprende que, con todo lo que se ha avanzado, los estudios de penetración del pensamiento a través de los medios de comunicación se hagan con los criterios anteriores. No se ha estudiado la papilla resultante del zapeo, que es lo que finalmente digiere la gente. Esto me vale para responderte a cómo se fabrica la opinión. Hay, naturalmente, altavoces estruendosos, y los hay más pequeñitos; pero la cacofonía general produce un resultado que ignoro, que nadie teledirige exactamente y que va haciendo sus recorridos por ahí. Evidentemente, siempre tiene más peso el más fuerte, más poder el más rico, y más influencia el que más medios tiene; pero ya no está solo en el escenario librando una pelea con sus iguales. Ahora sale a la vía pública, donde le espera una barahúnda inmensa que también juega al juego de la comunicación y que la influye y la impacta.

Como testigo de los momentos clave de la historia más reciente de España, no ha escondido su preocupación por la situación actual entre Cataluña y el Estado. ¿En qué momento, o momentos, cree que se podía haber dado un giro capaz de evitar «el mayor fracaso de la política española desde la democracia, por lo menos», como usted lo ha llamado?

Yo no creo que haya sido un día, sino un juego de desencuentros. Es como si decimos: «Este matrimonio que ahora está en las puertas del despacho del abogado para el divorcio, ¿qué día hubiera podido reencontrar el rumbo que iba perdiendo?». No creo que pueda hablarse de un día; pero sí de una secuencia bastante larga de episodios que constituían pista suficiente, para un observador que no estuviera ciego, de que aquel asunto estaba mereciendo intervenciones o intentos de intervención. Situarlo en un punto es injusto, como también es injusto señalar un responsable, porque es una concatenación de responsabilidades.

La resistencia a aceptar que se nos están yendo las cosas de las manos también forma parte de un cierto instinto del gobernante

Yo no le voy a echar la culpa a Mariano Rajoy de todo este proceso que se ha vivido —creo que es de una complejidad mayor—; pero sí le tengo que reprochar que, cuando ya era imposible ocultar una marea que crecía extraordinariamente bien, siguiera actuando como si fuera una broma, como si pensara «¡bah!, ¡no son tantos!» —el primer comentario despues de la manifestación de 2010—, o son «cosas de Artur Mas». Yo creo que siempre tiene que haber un tiempo para los intentos de reencuentro, que cada vez son más difíciles, evidentemente. Lo ha agravado también la situación económica, entre otras cosas. No sé, creo que se han ido sumando torpezas.

Tengo la impresión de que el ser humano casi nunca se da cuenta de lo grave que se está poniendo una situación. Hay un libro que a mí me impresionó mucho, titulado Human smoke, de un autor norteamericano (Human smoke: the beginnings of World War II, the end of civilization, de Nicholson Baker), en el que se recogen trozos de noticias, de comentarios, de entrevistas, en tiempo real, de los años 30, 31, 32, 33…, 37. Leyéndolo, te parece imposible que no se notara cómo iba subiendo la marea de la militarización. Parece imposible; pero el ser humano tiene, por lo que parece, esa dificultad. Y no digo que tengamos que terminar así. Pero diez días antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, todos los países de la Tierra y sus grandes mandatarios estaban convencidos de que aquello no iba a ir muy lejos o, en todo caso, que iba a acabar en diez minutos.

La resistencia a aceptar que se nos están yendo las cosas de las manos también forma parte de un cierto instinto del gobernante. Al gobernante le parece el mayor fracaso que se le estén yendo las cosas de las manos, y entonces busca excusas, atenuantes, reduce, casi por razones defensivas, la realidad de la situación. Me sorprende que no se notara (se refiere de nuevo a la España actual). Los que no teníamos esa responsabilidad y mirábamos con los ojos abiertos y sin prejuicios, constatamos que las cosas se estaban saliendo de control. Y nos llamaba la atención la pasividad ante los hechos.

«Ojalá hubiera habido más miedo, como en la Transición», ha comentado. En ese momento, según usted, el miedo propició el diálogo, la búsqueda del acuerdo, el consenso. ¿Puede ser que esta vez el miedo también haya existido pero haya influido en la situación en sentido contrario?

Pues no lo sé, pudiera ser. Lo que quiero decir es que, cuando las situaciones parecen atascadas, suele haber factores que actúan como señales de alerta. En el caso concreto de la Transición, es evidente que los esfuerzos que se hicieron fueron fruto de la convicción y de la sensación que se tenía de que, o aquello salía, o nos íbamos a enfrentar como históricamente lo habíamos hecho. Nos asustaba que se produjera de nuevo en España un enfrentamiento de radicalidades. Tiene que coincidir también que haya políticos que lo vean, y en aquel caso Suárez instaló una posición en el centro e invitó a la gente a acercarse evitando los extremos.

«A mí, por ejemplo me estaba dando miedo lo que pasaba en Cataluña y me parecía sorprendente que no les diera miedo a los demás»

Creo que el miedo juega un papel. A mí, por ejemplo me estaba dando miedo lo que pasaba en Cataluña y me parecía sorprendente que no les diera miedo a los demás. Porque si les hubiera dado un poco más de miedo, seguramente hubieran tratado de hacer algo, tender puentes de contacto, antes de que la situación fuera más lejos. La política, ya sabes, tiene algunos problemas muy grandes. Uno de ellos, de miopía extraordinaria, es que solo ve con los ojos de las citas electorales. Para la política, el fin del mundo es la próxima cita electoral. No digo que ignore las cosas; pero de hecho vive con un motor que está en combustión dirigiéndose a la próxima cita electoral, después de la cual llega ya el espacio infinito. Con esa mirada, según qué problemas tienen ángulos de rentabilidad. Pueden ser un lío; pero desde esta esquinita yo extraigo algún beneficio, y desde esa otra esquinita yo también saco mi beneficio. Tampoco es que me guste que se hagan las cosas con el sentimiento del miedo como motor; pero en ocasiones no le viene mal al ser humano acordarse de que las cosas pueden ir mal. Los políticos nunca van a aceptar que las cosas se escapan de control. El que manda nunca acepta eso, porque ese reconocimiento es su fracaso.

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Del trinomio periodistas/políticos/sociedad, ¿qué elemento cree que ha experimentado un cambio más notorio en los últimos tiempos, y en qué sentido lo ha hecho?

Creo que todos han cambiado de una manera extraordinaria. Lo más importante, para mí, no es ya cómo han cambiado cada uno de ellos, sino cómo han cambiado sus relaciones. Las relaciones del periodismo y la política han llegado a la patología, se han hecho enfermizas. Se han perdido las cautelas de las distancias, que son imprescindibles entre realidades que tienen que convivir pero que tienen que hacerlo con papeles diferentes. En algunos casos se han llegado a producir juegos de aproximación que han llevado a la sociedad a creerles parte de una misma cosa, como algo frente a nosotros, contra nosotros. De una parte estamos nosotros con nuestra vida, con nuestros problemas, y luego están ellos «con sus cosas».

El juego de relaciones de la política con la sociedad se ha alterado; porque la política parece cada vez menos interesada en tener un proyecto que transmitir a la sociedad y más interesada en saber qué piensa esa sociedad para luego hacerle un proyecto. Es la sociedad demoscópica según la cual yo, que gobierno, no tengo nada que decir, voy a hacer un sondeo y lo que me digan que les gusta, pues ahí voy. Y cuando mañana me digan que les gusta otra cosa, pues me iré por allí. Eso le ha quitado a la sociedad la fuerza de las acciones por un proyecto. Ahora, a un político le preguntas por una cosa y no sabe ni siquiera lo que piensa: piensa lo que le dice la sociedad que tiene que pensar.

En cuanto a los medios de comunicación, que ahora estan viviendo una situación muy difícil, creo que en demasiadas ocasiones han confundido su papel y, en vez de ser los enviados especiales de la sociedad frente al poder, han actuado como enviados del poder frente a la sociedad.

Como entrevistador, ¿qué prefiere, las preguntas veladas o las insistentes?

(Ríe.) Vamos a ver, esto es un problema de dosis. La insistencia es necesaria, a mi juicio, pero siempre con educación. Es importante insistir cuando te están escurriendo el bulto clamorosamente. Pero las preguntas nunca deben ser veladas, ¿sabes por qué? Porque el entrevistador tiene que entrevistar pensando en el destinatario natural de su trabajo, que es la gente. Está actuando en calidad de enviado especial de la gente para conocer los puntos de vista de alguien; por lo tanto, las preguntas deben ser entendidas por esa gente. No se le debe olvidar que él no es la estrella de nada: la estrella es el entrevistado, que tiene cosas que decir a una sociedad que tiene derecho a oírlas. La clave está en colocarse en la posición adecuada, es decir, saber que aquí hay alguien que tiene cosas que decirle a la gente y que yo soy la persona que debe hacer que esa comunicación llegue como debe llegar: marcando las contradicciones, poniendo en evidencia las cosas que no están claras, sabiendo lo suficiente para hacer que ese discurso se entienda, para desenmascarar la clamorosa trola que te están contando… Pero siempre pensando en el último destinatario.

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