Los padres maestros son los que se niegan a escolarizar a sus hijos en infantil y primaria. Éstos suelen ser familias de buen nivel adquisitivo y cultural. Ellos mismos se responsabilizan de formar a sus chavales en ciencias, humanidades y valores humanos.
David Rabadà | Catalunya Vanguardista @DAVIDRABADA
Estos educadores argumentan que la sociedad educa en la contradicción y esto hace mella en la formación de su prole. Si por ejemplo en clase se dice que fumar es perjudicial, pero en la entrada del colegio ven a otros educadores inhalando nicotina, se entra en la paradoja. Aunque toda la argumentación anterior parezca teóricamente razonable, en la práctica tampoco es perfecta. Poseemos un cerebro paleolítico, es decir, una mente que no ha cambiado demasiado durante los últimos 300.000 años. Pese a ello, ésta lleva millones de años adaptándose a lo que todos los primates superiores hacemos, vivir en sociedad. Lo más natural desde la aparición de nuestro ancestral encéfalo, que no estúpido, es que los zagales vivan en contacto los unos con los otros, que se socialicen y que las contradicciones sirvan para aprender a elegir.
La escuela en casa defendida por John Holt (1923-1985) pudiera acarrear problemas de socialización si los padres lo hacen mal
La escuela en casa defendida por John Holt (1923-1985) pudiera acarrear problemas de socialización si los padres lo hacen mal. Holt defendía que la culpa del fracaso escolar era de los maestros en infantil y primaria, por ello proponía que la escuela, que no el instituto, fuera en casa. En teoría, y en la práctica también, el éxito de los niños así educados no resulta malo. En Estados Unidos un 3 por ciento de la población infantil así se les prepara y sus niveles son mejores que los del colegio público. Es decir, que estos padres saben socializar correctamente a sus niños. En caso contrario pudiera suceder que un infante mal socializado sufriera un choque el día que se trasladara a un mundo desconocido.
Pongamos el caso de un chaval de buena familia que jamás haya pisado un barrio obrero, ¿qué siente si de repente se le abandona allí? Pues incomodidad, miedo y hasta incluso superioridad por falta de humildad. La educación es como una ensalada mediterránea, debe llevar de todo. Los estudiantes deben acostumbrarse a un máximo de situaciones. Si los padres de la educación en casa así lo hacen no parece una mala idea su didáctica. De hecho, así les imparten un buen nivel de lingüística, aritmética y demás especialidades que las pedagogías teóricas han denostado. Bien llevada, por tanto, la niñez en casa resulta algo recomendable, aunque muy caro. El problema es que en nuestro país ello choca con la ilegalidad y con la escolarización obligatoria en infantil y primaria, más las pedagogías que se declaran amigos de los chavales.
Amigos de los chavales
Algunos educadores se declaran amigos de los púberes, algo teóricamente muy loable pero que en la práctica trae más complicaciones que ventajas. El origen de la amistad parece algo innato en nuestra especie. Desde pequeños intentamos experimentar ese tipo de simbiosis y empatía de tal manera que nuestro egocentrismo se diluya en el altruismo de los demás y viceversa. En la amistad nos reconocemos como individuo ya que los humanos somos capaces de reconocer a otros humanos. Atendamos a la siguiente tutoría.
– La camaradería reviste todo un corolario de peculiaridades que pertenecen más al ámbito adulto que al adolescente. Y tres son las más importantes, ¿alguien se atreve? – inquirió el tutor.
– El respeto – espetó Maribel, la intuitiva.
– Ya tenemos una. Venga animaros– silencio largo.
– La estima – se atreve Pedro, el sensible.
– Fantástico, venga más.
– El amor – Julián, el oportunista.
– Eso es lo mismo que la estima, no vale Julián.
– ¿Y la solidaridad? – pregunta Isabel, la idealista.
– Mejor llamarlo reciprocidad, ¿qué te parece? – ella asiente- Pues ya tenemos las tres características que definen amistad. El respeto para ser sinceros sin querer ofender, la estima porqué uno se alegra de ver a un amigo y la reciprocidad porqué nos ayudamos. Esta definición difiere en poco de la establecida por Aristóteles hace más de 2400 años. Aristóteles hablaba de tres tipos de amistad, dos de ficticias y una de real. La primera era la falsa amistad por placer, ¿nos lo pasamos bien?, la segunda la de la conveniencia, ¿nos ayudamos?, y la tercera y verdadera la amistad basada en el respeto, la admiración y la confianza, ¿cuál es la vuestra? – y así se iniciaba un debate en aquella tutoría.
Es muy difícil que exista una amistad madura entre un educador y un escolar, o entre los padres y sus hijos. Los adultos ostentan una experiencia que el estudiante todavía no ha adquirido
La confianza, o simetría entre amigos, es lo que más separa a educadores de púberes. Existe simetría entre dos personas adultas ya que entre ellas pueden darse consejos con autonomía de acometerlos o no. Un consejo justo y argumentado es un regalo hacia el otro. Avisar de un posible error ayuda a ver lo que la subjetividad de uno no atina en soledad. Educando podemos dar consejos, pero tarde o temprano también daremos órdenes e impondremos límites que un amigo no estaría obligado a secundar. Así pues, es muy difícil que exista una amistad madura entre un educador y un escolar, o entre los padres y sus hijos. Los adultos ostentan una experiencia que el estudiante todavía no ha adquirido. Asimismo, los educadores pueden sancionar al aprendiz. Además, a los jóvenes les pesa todavía mucho el ego para practicar el sentido profundo de la palabra altruismo. Ellos sienten más el egocentrismo individual que la simbiosis de la reciprocidad humana. En fin, que los educadores amigos de críos padecen de un grave error.
– Yo soy muy amiga de mi hija ¿sabe? – me argumentaba una madre muy adinerada – A menudo sé ponerme en su piel y comprendo cómo se siente pobrecita. Sufre mucho por los estudios, ¿sabe? Así que sólo le doy mis mejores consejos y no la presiono, ella es mayor y ya sabrá lo que debe hacer ¿sabe?
Y ya sabemos lo que ocurre, ¿saben? Pues que debemos ser formadores antes que amigos. La amistad es una palabra muy seria que se consolida más en la madurez que en la infancia y adolescencia. Pretender ser amigo de hijos y alumnos puede parecer muy moderno, pero a padres y a profesores nos será muy difícil. Se insiste, un amigo escucha lo bueno y lo malo de otro amigo, pero no tiene potestad para castigar sus deslices.
– El otro día, durante la victoria del Real Madrid, rompimos los cristales del Burger King – escuché alardear a un bachiller en el patio.
De inmediato intervine y le reprimí. Docentes y padres pueden corregir las faltas de sus lechones, es más, deben hacerlo. Por otro lado, una amistad implica toda una serie de derechos, pero también de obligaciones que a menudo los escolares no saben como cumplir. Ser amigo de nuestros hijos ya llegará cuando éstos hayan alcanzado su madurez personal. Antes puede resultar un juego demasiado peligroso donde el joven sólo desee reivindicar sus derechos y eludir sus obligaciones. Como decía el psiquiatra Victor Frankl:
<< Un buen maestro no es sólo quien enseña a conocer, sino quien enseña a ser >>
Pero ¿cómo podemos desenmascarar a los educadores amigos de sus hijos? Según los casos observados son progenitores protectores y compradores que a menudo discrepan en la pareja ya que siempre uno es muy amigo de su prole y el otro o no lo es, o no lo es tanto. El tiempo dedicado a sus hijos suele ser bajo ya que consideran al escolar como un adulto y le confían muchas decisiones. Ante los demás justifican los errores de sus lechones y la disciplina es mínima. Suelen darse muchos casos en matrimonios separados ya que la ausencia de consorte la sustituyen parcialmente con el trato de amistad hacia el hijo o hija. En cambio, no suelen ser padres excesivamente sufridores y ni mucho menos supereducadores. Bajo el influjo de todo lo anterior la prole es muy inconstante en el trabajo. De autoestima y orgullo andan sobrados por lo que son fuertes, extrovertidos, sociables y muy exigentes con sus educadores, sobretodo durante la adolescencia.
Cada día acuden más pacientes con depresión a las consultas de los médicos y psicólogos. La excesiva permisividad educativa se halla en parte detrás de ello
La disciplina que no se aplicó durante la infancia estalla ahora con todas sus fuerzas y los padres se sienten imponentes ante la situación. Pero esto además acarrea otras lacras a estos púberes cuando llegan al tejido social adulto. Cada día acuden más pacientes con depresión a las consultas de los médicos y psicólogos. La excesiva permisividad educativa se halla en parte detrás de ello. Desgraciadamente nuestras leyes van por otro camino y esquivan la disciplina una y otra vez. Por ejemplo, la LOMCE del ministro Wert la consideró como un tabú, y la LOMLOE también. De hecho, apenas la mencionan. O en la propia LEC catalana se promulgó que el camino básico hacia la disciplina era el docente carismático. Pero como decía el profesor Ricardo Moreno, Charles Manson y Adolf Hitler también fueron altamente carismáticos pero luego se volvieron unos dictadores sin moral alguna. En mi experiencia hay que usar la disciplina en el aula para, y con el tiempo, provocar la confianza con los adolescentes. Además, y bajo este modelo de disciplina, se refuerza la mente de los púberes y se les ahorra posibles depresiones. En fin, más disciplina y menos Prozac.
Visto todo lo anterior se podría decir que la sobreprotección y la amistad con nuestros hijos está de moda. Sus detonantes, el tripartido sociedad-colegio-familia, no saben ponerse de acuerdo como tampoco lo haría VOX con la izquierda aberzale, uno en español y los otros en euskera difícilmente se entenderían. Ojalá el asunto educativo sólo fuera un problema de idiomas, con un simple intérprete bastaría para resolverlo.
Este artículo forma parte de una serie titulada “Fracaso escolar o fracaso político“, a cargo de nuestro colaborador, David Rabadà.
Entrega anterior: Escuela inclusiva o escuela inmersiva (55)