La revolución en los cielos

Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo / Wikimedia

El 22 de febrero de 1632 se publicaba el libro «Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Coperniciano», ‘Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo’. En él se invertía la concepción geocéntrica del universo, y se apostaba por la heliocéntrica. La Revolución Científica había llegado a los cielos.

 

CV / Su autor era un físico y matemático italiano, Galileo Galilei (1564-1642). En él, escenificado sobre la forma clásica del diálogo entre personajes que argumentan sobre sus respectivas tesis, el primero adscrito al modelo astronómico aristotélico-tolemaico, el segundo al copernicano, y un tercero que va sospesando ambas tesis, se anunciaba como verdadero el modelo heliocéntrico: la Tierra y el resto de planetas –Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno-, orbitaban alrededor del Sol. Solo la Luna lo hacía en torno a la Tierra, que dejaba de ser el centro del universo. A su autor le costaría la persecución por parte de la Iglesia, y la humillación de verse obligado a retractarse de sus tesis para evitar la hoguera.

Su autor era un físico y matemático italiano, Galileo Galilei. En él, se escenificaba sobre la forma clásica del diálogo entre personajes que argumentan sobre sus respectivas tesis

Casi un siglo antes, en 1543, un astrónomo y clérigo polaco, Nicolás Copérnico (1473-1543), había publicado ‘De revolutionibus orbium coelestium’, obra en la cual se postulaba por primera vez de una manera sistematizada la tesis del heliocentrismo; no como una hipótesis que se propusiera demostrar, sino como la consecuencia de las observaciones y mediciones astronómicas. Pero la obra no fue objeto de persecución por parte de las autoridades eclesiásticas. Noventa años después, en cambio, el libro se declaraba prohibido y las tesis que sostenía, heréticas. ¿Qué había ocurrido mientras tanto?

El libro de Copérnico tuvo ciertamente una escasa difusión, pero no fue esta la razón por la cual los detractores del heliocentrismo se desentendieran de él; incluso en cierto modo podría decirse todo lo contrario, máxime si consideramos que la mayoría del gremio astronómico del momento era todos ellos eclesiásticos. Tampoco inquietaba que demasiada gente fuera a leerlo; estaba escrito en latín, lingua franca desconocida por la mayoría de la ya de por sí exigua minoría que sabía leer y escribir en alguna lengua. Y por si esto no fuera suficiente, la complejidad de los cálculos matemáticos desarrollados era el aldabonazo definitivo. Lo que ocurrió fue algo muy curioso, desde la mentalidad actual, pero no desde la del momento.

Portada del libro / Wikimedia

Se ha dicho a veces que, habiendo Copérnico concluido su ‘De revolutionibus…’ varios años antes, acaso se esperara a estar «muy mayor» para publicarlo –el mismo año de su muerte-, evitándose así los siempre enojosos ruidos con el Santo Oficio. No podemos afirmarlo ni negarlo. Lo cierto es que el libro no suscitó animadversiones y que se acostumbraba a explicar en las universidades a los estudiantes más brillantes o a los alumnos predilectos. Y no pasó nada porque desde la mentalidad todavía tardomedieval, la teoría heliocéntrica copernicana se consideró una hipótesis ad hoc, una ficción útil para determinar con más precisión las fechas del calendario (litúrgico y en general) y las anomalías que desde el sistema tolemaico presentaban las órbitas de los planetas. En resumen, no se consideraba que estuviera expresando la realidad del universo. Algo así como si dijéramos en matemáticas, salvando las distancias, lo mismo de los números imaginarios, «porque» no existen.

Hasta qué punto el propio Copérnico lo pudo también entender así es algo que no podemos saber. Pero es perfectamente verosímil que, clérigo al fin y al cabo, no solo procurara evitar a la Inquisición, sino que también sus propios esquemas mentales chirriaran con el modelo astronómico que él mismo había creado, consciente del alcance conceptual real que tenían. Un ejemplo mucho más claro de esta interpretación lo tendríamos en su seguidor y «sucesor» en el liderazgo astronómico, Tycho Brahe (1546-1601). Sus mediciones astronómicas fueron, de lejos, las más precisas de la época y muy superiores a las de Copérnico. Pero Brahe era un geocéntrico convencido, de modo que se las arregló para readaptar el modelo de Copérnico al geocentrismo. La Tierra seguía siendo el centro, pero solo orbitaban en torno a ella la Luna y el Sol; el resto de los planetas lo hacían alrededor del astro rey.

Galileo Galilei / Wikimedia

Y cuando hemos dicho «se las arregló», lo estamos diciendo en clave hodierna. No es probable que Tycho Brahe fuera consciente de estar haciendo trampa. Simplemente, estaba convencido de que ahora, a diferencia de Copérnico, sí estaba describiendo describiendo la realidad, la «verdad», porque seguía poniendo a salvo el modelo geocéntrico, algo debilitado, sin duda, pero geocéntrico al fin y al cabo. Pero el paso que Brahe no dio lo dieron por él sus propias mediciones, que le jugaron una mala pasada. En el ínterin, además, había aparecido Kepler (1571-1630), con sus leyes sobre las órbitas planetarias. Galileo asimiló las mediciones de Grahe, añadiéndolas a las suyas propias y asumiendo un nuevo heliocentrismo que, ahora sí, no era ya una hipótesis ad hoc, sino la «verdad». A la revolución de la física terrestre que ya había iniciado, se le añadía ahora la astronómica, la de los cielos.

Ni siquiera las órbitas eran ya círculos perfectos. Y todo esto en conjunto no era ya un sistema susceptible de ser tratado como una mera hipótesis, útil para resolver determinados problemas, que permitía a la vez salvaguardar las esencias, las verdades eternas, sino un auténtico sistema del mundo que alteraba por completo la concepción anterior, haciéndola trizas. Y  esto era ya más de lo que el dogma eclesiástico podía soportar.

 

TAMBIÉN ESTA SEMANA:

Lunes, 21 de febrero de 1819

Tras la invasión militar por parte de los Estados Unidos, sin previa declaración de guerra, y la toma de la ciudad de Pensacola, España y los Estados Unidos firmaban el «Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre su Majestad Católica el Rey de España y los Estados Unidos de América», conocido en los EEUU como el «Florida Purchase Treaty». España cedía, a cambio del pago de una indemnización, los territorios continentales de Florida y Oregón a los Estados Unidos. El tratado se ratificó dos años después, y se conoce en España con el nombre de Adams-Onís.

Martes, 22 de febrero de 1632

Galileo Galilei publicaba la obra que iba a revolucionar la astronomía: Diálogo sobre los dos sistemas del mundo. En ella optaba claramente por el heliocentrismo frente al geocentrismo. Fue condenado por la Iglesia y obligado a retractarse de sus tesis.

Miércoles, 23 de febrero de 1455

Johannes Gutenberg imprimía por primera vez en la historia de Occidente un libro, la Biblia, en la imprenta de su invención.

Jueves, 24 de febrero de 1582

El papa Gregorio XIII anunciaba que el calendario «gregoriano», cuya adopción se había aprobado ya previamente, se iba a aplicar en el mes de septiembre de aquel mismo año, en el cual desaparecerían 10 días de este mes de aquel año, que nunca habrían existido.

Viernes, 25 de febrero de 1991

La estructura militar del «Pacto de Varsovia» quedaba oficialmente disuelta por los que habían sido sus miembros.

Sábado, 26 de febrero de 1815

Napoleón Bonaparte se fugaba de la isla de Elba, en la que permanecía prisionero desde su abdicación once meses antes, y desembarcaba en Francia. El 20 de marzo siguiente era proclamado de nuevo emperador y se iniciaba el Imperio de los Cien Días, que concluiría con la derrota en la batalla de Waterloo.

Domingo, 27 de febrero de 1767

Se publicaba la Pragmática Sanción por la cual el rey Carlos III ordenaba la expulsión de la orden de los jesuitas de todos los dominios de la Corona española.

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