Los «Cien Mil Hijos de San Luis»

Fue un contingente francés con voluntarios españoles que combatió en España en 1823 en defensa del Antiguo régimen

Tal día como hoy… 7 de abril de 1823, los «Cien Mil Hijos de San Luis» invadían España

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El 7 de abril de 1823 un ejército francés invadía España sin previa declaración de guerra con la misión de restituir el poder absoluto de un rey felón: Fernando VII. El rey francés Luis XVIII había proclamado que «cien mil franceses están dispuestos a marchar invocando al Dios de San Luis para conservar en el trono de España a un nieto de Enrique IV«. Una invasión del «backyard» de Europa. Nacía así la expedición conocida como los Cien mil hijos de San Luis.

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El duque de Angulema

CV / España y Fernando VII eran en aquellos tiempos a Europa lo que un siglo y medio después fueron Nicaragua y el dictador «Tachito» Somoza a los EEUU. El presidente Truman dijo sobre este sujeto megalómano, sanguinario y corrupto: “Es un bastardo, pero es nuestro bastardo”… Lo del nieto de Enrique IV en boca de Luis XVIII sonaba a broma. Y lo era. Más que «nieto», Fernando VII era retatatariento de Enrique IV, el primer rey de la dinastía de Borbón –el hugonote que se convirtió al catolicismo porque “París bien valía una misa”. Era ciertamente una broma en Francia, que ya se movía por razón de estado; no lo era en España, que seguía moviéndose por razón dinástica.

Al concluir las guerras napoleónicas, en España regía la constitución liberal de 1812. Fernando VII pasó la guerra con todo lujo y lujuria en un palacete de Bayona, mantenido por Napoleón, mientras sus leales súbditos se partían la jeta por él. Al regresar a España derogó la constitución, restituyó la Inquisición y se estatuyó como monarca absoluto.

A la brutal represión que desencadenó contra los constitucionalistas, se le añadió la revuelta de todas las colonias de ultramar. Y en un país arruinado y desangrado, pretender defender un imperio cincuenta veces más extenso que la metrópolis, era más que quimérico, grotesco como el monarca que lo gobernaba. Las levas concentradas en Cádiz para embarcar hacia América se sublevaron. El comandante Rafael del Riego proclamó el restablecimiento de la Constitución de 1812 en Cabezas de San Juan el 1 de enero de 1820. Fernando VII fue obligado a jurar la Constitución. Lo hizo, y además añadió: “Marchemos todos francamente por la senda de la Constitución, y yo el primero”. Empezaba el Trienio liberal (1820-1823).

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Empezaba la década ominosa y el “viva las ca(d)enas”

Ni el primero ni el último. El rey y su camarilla, la Iglesia, los sectores absolutistas del ejército, los terratenientes rurales, los campesinos analfabetos y, en general, los conocidos como «realistas» o enemigos de la nación –la lealtad era al rey, no a ninguna nación, exactamente de la misma manera que los individuos eran súbditos, no ciudadanos- empezaron a conspirar propiciando la intervención extranjera. Las zonas más «realistas» eran las rurales; las liberales, las urbanas. Una premonición geográfica y sociológica de las posteriores Guerras Carlistas.

La Santa Alianza era una especie de ONU europea constituida por los vencedores de Napoleón, y su objetivo el mantenimiento del restaurado Ancien Régime

La Santa Alianza era una especie de ONU europea constituida por los vencedores de Napoleón, y su objetivo el mantenimiento del restaurado Ancien Régime. Se le encargó a Francia la misión de restituir el poder absoluto, a lo cual Luis XVIII se prestó gustosamente. Al mando del ejército invasor se puso al duque de Angulema, sobrino del rey y reputado reaccionario.

El 7 de abril de 1823 cinco cuerpos de ejército cruzaron los Pirineos. Se resistió al principio, pero poca cosa se podía hacer contra un ejército moderno como aquél, que además contó con el apoyo de los reaccionarios, sobre todo en las zonas fronterizas, que les abrieron las puertas. Avanzaron como en una blitzkrieg.  Resistieron Espoz y Mina en Cataluña, Riego en Málaga… Madrid fue tomada sin resistencia, y el gobierno liberal trasladó al rey felón a Cádiz, una vez más convertida en el último reducto liberal.

Sin posibilidad de recibir ayuda exterior y asediada por mar y tierra, en Cádiz se negoció la liberación de Fernando VII a cambio de una amnistía y, a iniciativa del propio monarca, del mantenimiento de la Constitución de 1812 con algunos matices menores. Una vez liberado, abjuró de todo lo jurado e, incluso contra el parecer del Duque de Angulema, no dejó títere con cabeza. Riego fue de los primeros en caer ajusticiado, cebándose especialmente en su persona física con un detalle que haría palidecer de envidia a los más famosos torturadores de todos los tiempos. Empezaba la década ominosa y el “viva las ca(d)enas”.

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