Tal día como hoy… 4 de febrero de 1991 el Partido Comunista Italiano decidía cambiar de nombre
El 4 de febrero de 1991, en el congreso que se celebraba en la ciudad de Rímini, el Partido Comunista Italiano decidía cambiar de nombre, pasando a denominarse Partido Democrático de Izquierda. El muro de Berlín había caído dos años antes.
CV / El PCI fue, con diferencia, el partido comunista más poderoso de Europa Occidental. A diferencia del Partido Comunista Francés, cuyo recorrido electoral desde los años cincuenta del siglo XX era de un sostenido descenso, en beneficio del Partido Socialista, los comunistas italianos habían ido en ascenso hasta principios de los años ochenta, cuando consiguieron un testimonial sorpasso al ser la formación más votada en las elecciones europeas de 1984, poco después de la muerte de su carismático secretario general, Enrico Berlinguer (1922-1984).
A diferencia del Partido Comunista Francés los comunistas italianos habían ido en ascenso hasta principios de los años ochenta, cuando consiguieron un testimonial sorpasso
También, dentro del espectro de la izquierda europea, el PCI representaba un modelo distinto al de los partidos tradicionalmente ligados a la órbita y la obediencia soviética. Era el partido de Gramsci, y esto se notaba. Y el primero en abjurar de principios considerados sagrados por el marxismo-leninismo clásico de la antigua Internacional comunista, como la dictadura del proletariado. Fue durante los cuarenta años posteriores a la II Guerra Mundial el segundo partido más votado de Italia, siempre por detrás de la Democracia Cristiana, la DCI.
En 1973, tras el golpe de estado militar en Chile y el fracaso del socialismo democrático, el líder comunista italiano lanzó la idea del ‘Compromiso Histórico’. Tenía que ser el talismán que llevara al PCI al poder en Italia, rompiendo el cordón sanitario al cual, en lo tocante al acceso al gobierno, le tenían sometido el resto de partidos. Se trataba, según Berlinguer, de formar un bloque histórico, aun pactando con los demócrata-cristianos en aquellos aspectos en que se pudiera, a cambio de la renuncia definitiva a la vía revolucionaria, que en la práctica había abandonado mucho antes.
Para la OTAN, que un miembro suyo como Italia llegara a tener comunistas en el gobierno era algo simplemente inconcebible
La experiencia, por supuesto, se vio con gran recelo en la Unión Soviética y en su principal aliado político en Europa occidental, el partido comunista francés de Georges Marchais, mucho más próximo a la Unión Soviética de Breznev. Se le llamó «Eurocomunismo». Durante un tiempo, los franceses coquetearon con la idea, pero pronto se apartaron de ella. Incluso el PCE, en la clandestinidad todavía durante la dictadura franquista, pareció hacerse eurocomunista.
La experiencia pareció funcionar y llegó a pensarse que en algún momento el PCI sería capaz de ganar unas elecciones o, cuando menos, de ser imprescindible para la formación de un gobierno democrático en Italia. Y había algunos líderes democristianos que no le hacían ascos del todo a la idea. Pero la turbulenta Italia de los años setenta, en plena efervescencia del terrorismo de extrema derecha y de extrema izquierda, y en el contexto de la guerra fría, había poderosos intereses que se conjuraron para evitar el acceso de los comunistas al gobierno. Para la OTAN, que un miembro suyo como Italia llegara a tener comunistas en el gobierno era algo simplemente inconcebible.
El cambio de nombre decidido en Rímini no fue sino la constatación de un fracaso
La puntilla fue probablemente el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Era el político democristiano acaso más proclive a la idea de pactar con el PCI. Luego vino el “veranillo de San Martín”, cuando el PCI consiguió ganar por primera vez unas elecciones, pero de valor solo testimonial, porque eran unas elecciones europeas. Sin el hombre que había pilotado la transformación eurocomunista, Enrico Berlinguer, que había fallecido precisamente durante la campaña electoral de las elecciones europeas, el PCI entró en una fase abúlica, y pese a ser el partido comunista que más se había diferenciado del modelo soviético y el que más se había opuesto a él, tampoco resistió la caída del muro de Berlín. El cambio de nombre decidido en Rímini no fue sino la constatación de un fracaso.