Un viaje de más de 6 millones de años / Pixabay
Hablar de evolución humana es algo tan nuestro y propio que la mayoría de paleoantropólogos caen a menudo en su lado más oscuro, en sus prejuicios.
Por David Rabadà i Vives| Catvan @DAVIDRABADA
Al recorrer toda la evolución humana nos damos cuenta de ello y a los hechos me remito. Muchas interpretaciones científicas se hallan jalonadas de visiones subjetivas con respecto a nuestra evolución.
En este y posteriores capítulos veremos multitud de ejemplos desde los primeros simios bípedos, hasta el reciente y complejo pensamiento abstracto, pasando previamente por la expansión de nuestro encéfalo. Este viaje de más de 6 millones de años se halla tullido por múltiples prejuicios que muy pocos científicos han sabido esquivar. La pregunta clave es, ¿por qué los humanos prejuzgamos tanto? Y la respuesta es tan real como los fósiles que hemos hallado.
Un prejuicio es una idea desde la emoción y no desde la razón
Un prejuicio es una idea desde la emoción y no desde la razón. Nosotros, los humanos vigentes, nos creemos animales racionales en cuanto somos más emocionales que racionales, es decir, sentimos más que pensamos, o dicho de otro modo, prejuzgamos más que analizamos. Sólo cabe ver el público durante un partido de fútbol, nuestras compras impulsivas o los votos en unos comicios, ¿acaso la mayoría analiza el programa electoral de cada partido? La verdad, y como veremos en los próximos capítulos, poseemos un cerebro emocional que surgió por evolución hace unos 200.000 años, un órgano que no estuvo jamás diseñado, a no ser bajo un buen adiestramiento, para el método analítico.

Nuestra mente evolucionó desde simios sociales hasta cazadores recolectores emocionales. Todo ello conllevó que nuestra percepción de la realidad no sea unívoca y homogénea entre todos los seres humanos. La subjetividad reina entre nuestros pueblos. Blandimos espadas en contra de la religión del desconocido, desconfiamos del forastero y nos enamoramos sin saber su causa. Pocos humanos analizan y contrastan con más datos la realidad, más bien sucede todo lo contrario, percibimos las cosas por intuición y sin análisis previos. Quien opta por el contraste de informaciones se acerca más a la realidad, quien no analiza utiliza más sus prejuicios. La prueba la tenemos en quienes han sido llamados los avanzados a su época, los que con grandes conocimientos analizaban, más que sentían, la realidad vigente. Platón, Hipatia, Galileo, Da Vinci, Kant, Darwin, Eisntein, Gould o Ramon y Cajal jugaron muy bien sus cartas bajo el análisis y sus grandes conocimientos. De esta manera elucubraron grandes avances humanos evitando los dos grandes filtros que nublan la observación objetiva humana, las emociones adquiridas y las innatas, es decir, nuestra cultura aprendida y nuestra biología heredada. Por ello estos personajes, y al juzgar más con la razón que con la emoción, devinieron avanzados a su época superando el cerebro paleolítico que les precedió.
Para penetrar en el mundo de los prejuicios y de la evolución humana sólo cabe analizar el concepto de especie
Para penetrar en el mundo de los prejuicios y de la evolución humana sólo cabe analizar el concepto de especie. Este no resulta la panacea de la biología sino más bien su quebradero de cabeza. Si consideramos especie una asociación de organismos con genes compatibles para producir una descendencia fértil, ello no casa con los organismos que no se reproducen sexualmente, con los híbridos como mulas y ligres, o con los fósiles que no podemos cruzar. En fin, que la naturaleza es más compleja de lo que suponíamos. Para superar la anterior paradoja se crearon dos conceptos de especie, el biológico y el paleontológico. El primero responde a una unidad evolutiva independiente que agrupamos según su compatibilidad genética, y el segundo, otra unidad evolutiva independiente que agrupamos según sus semejanzas físicas. En fin, que son los expertos, y no la naturaleza, quienes deciden los límites entre una u otra especie humana. Y es esta dualidad artificial entre especie biológica y paleontológica la que permite que muchos expertos en evolución humana definan nuevas especies bajo criterios más que dudosos. Ejemplos de ello son el Homo habilis, Homo ergaster, Homo georgicus o Homo antecesor de quien en breve, y que aquí comentaremos, se publicará un artículo desmintiéndolo.

En todos los humanos anteriores la pregunta clave fue qué nivel de semejanza admitían sus creadores para situar el límite entre éstas. Y la respuesta fue que la frontera entre estas especies se pixela cuando aumentamos el zoom sobre la línea. Es decir, la variabilidad dentro de cada especie humana es tan vasta que se confunden muchas entre sí. Sería como si unos supuestos expertos caninos definieran por cada variedad de perro una especie distinta a sabiendas que a sus padres primigenios, los lobos, pueden cruzarse con nuestros chuchos dando descendencia fértil. En fin, que han sido algunos expertos quienes han deseado clasificar nuestros próximos evolutivos como especies muy distintas en cuanto no había datos suficientes para ello.
Desgraciadamente se han ido creando decenas de especies sin seguir los acuerdos internacionales
La realidad es que no existe una línea de máxima precisión que separe muchas de las especies humanas creadas ya que la naturaleza no resulta clasificable al cien por cien. Por ello, y para que los expertos no se excedieran, se acordaron unos criterios mundiales para definir nuevos parientes humanos. Desgraciadamente se han ido creando decenas de especies sin seguir los acuerdos internacionales.
La proliferación de especies dudosas ha crecido a finales del siglo XX e inicios del XXI por dos razones. La primera, por quienes se creen sus propios prejuicios y crean nuevos homínidos bajo la ciencia ficción. Y la segunda, por algunos pícaros que lo hacen por ansias de publicidad y personalismo logrando el favor de políticos ignorantes. Así, y de esta manera, consiguen grandes sumas de dinero para sus equipos de trabajo. Ambos, crédulos o pícaros, definen más especies de las reales en contra de la interpretación más lógica, de la realidad evolutiva y de la ciencia analítica. Cabe detallar que se definen especies para hacer comprensible nuestra evolución a sabiendas que nuestras clasificaciones no se corresponderán al cien por cien con la realidad. Con todo, y antes de crear una nueva especie humana sin fundamento evolutivo, hay que ser humilde, objetivo y lógico con los datos. Todo este contexto anterior ha abierto un arduo debate entre todos los paleoantropólogos del mundo. Es la eterna contienda entre los llamados splitters y lumpers que el próximo capítulo detallará.
Continuará…
Estimado amigo.
Interesante documento si bien, creo yo, hay algunas cosas que no veo.
Comenta que muchas interpretaciones científicas están jalonadas de visiones subjetivas…., y eso no es, en rigor, así. TODAS las interpretaciones científicas, no algunas, ya que parten de cada individuo y es, precisamente, el método científico el que establece esas pautas (pasa frecuentemente en la mineralogía para establecer una especie mineral, por ejemplo, que se usan unos «códigos» predefinidos y yo supongo que a una galena le trae al fresco que sea un sulfuro o un óxido, por poner un ejemplo sencillo, si bien esa cadena de presunciones, como tipo de raya, red cristalográfica, composición química, enlace iónico, o covalente, o etc., hace que los «científicos» la adscribamos a una u otra especie.
Lo de tullido (conceptualmente) en este contexto no lo veo… y eso ensombrece el discurso del artículo.
Lo del argumento de: «un prejuicio es una idea desde la emoción y no desde la razón» sería más que cuestionable ya que todo prejuicio (como su nombre indica) es una «valoración» (que sea equívoca o no es otra historia) a partir de unas experiencias, bien propias o bien «compartidas», de unas circunstancias, lo que inclina más el argumentario a la razón y no a la emoción… Esto puede encontrarlo, centrado en aspectos del Utopismo etnológico del cual, hay un librito, de Gustavo Bueno (Etnología y Utopía, Júcar Universidad, 1987) en la que este filósofo establece un esquema en el que se dibujan fronteras, muy precisas e interesantes, entre determinados contenidos culturales, como familia, tribu, magia…, dependientes de una situación inconexa (alienación), plural y otros contenido culturales, como Estado, ciencia,… que comportan otra consideración paleoantropológica (he leído en algún sitio que esa era la dualidad de Caín y Abel, como alegoría de las sociedades carniceras, dominadoras, y las agricultoras, sedentarias y dominadas -creo que fue en una obra de Friedrich Wilhelm Nietzsche, aunque debería buscarlo más precisamente, si le interesa-).
Con respecto a su afirmación de «poseer un cerebro emocional» yo tendría mis dudas. De hecho la supervivencia como especie (en sentido clásico y definido en el magnífico libro de George Gaylord Simpson (Fósiles e Historia de la vida, Biblioteca Scientific American, Editorial Labor, edición de 1985, pg 45 y 46 creo, que estoy en el campo y no lo podría asegurar) se tabulan la jerarquización entre las distintas unidades de niveles de subordinación (ya ideada por Linneo, que en realidad se llamaba Karl von Linné), desde la más alta (o extensa) a la más baja (o restringida) y que sería, más o menos Reino; Phylum (o tipo); Clase; Orden;Familia, Género, y especie.
Aunque yo creo que a un gato, o un lobo, asignarlo a cualquier de esta cadena jerarquizada le da bastante igual (salvo que se encuentre al científico en el campo y se lo pueda comer, que entonces lo agradecerá).
Con respecto a lo de las espadas y la relación con etnias, razas y religiones, yo creo que es un análisis simplista de la frase, o la desconfianza del extranjero o del amor, que sí obedece más a los criterios expuestos en el libro de d. Gustavo Bueno y que coligo no lo ha considerado (merece la pena, para esta casuística darle un tiento).
Sería también bastante polémico lo de las emociones adquiridas y las innatas, y al referido libro le remito.
Con respecto a esa dualidad de especie biológica o paleontológica tampoco la veo clara. Mi profesor de paleontología, hace ya muchos años (tengo 72 años) explicaba en sus magistrales clases de universidad la relación entre los órganos clados y demás (en el libro de Simpson también se hace referencia a ello y ese criterio se usó para «detectar» y seguir la evolución de determinado fósiles y asociaciones paleontológicas (en este caso de braquiópodos de la montaña leonesa y palentina), aunque estoy de acuerdo que son los «expertos» (más bien diría yo lo humanos) los que deciden los límites. Como puede comprender la naturaleza no tiene interés en ello. De hecho la teoría de Darwin (que por cierto se la copió a un pastor anglicano que llevaba un montón de tiempo intentando «evangelizar» a unos nativos en Suramérica surge de una conversación en la que el pastor anglicano, después de darle al «drinking» de forma convulsiva, lleva a Darwin a una cabaña y allí le enseña lo que él buen pastor (y por eso bebía) había descubierto y «creado» la naturaleza y que les rompía los esquemas clásicos de la evolución (se aduce que el impacto fue tan grande en Darwin que tardo veinte años en presentar «su teoría» a la ciencia.
Yo creo que el límite entre una especie y otra (en homínidos) se basa en otros criterios. O al menos así lo leí, hace años, en un exquisito libro que es la Interpretación de los Fósiles, de Roger Lewin, en el que describe los criterios de definición de las diferentes piezas de homínidos que encuentran y la fascinante disquisición que hace Mary Leakey (debiera sustituir a Hipatia por esta mujer, o por Maria Salomea Skłodowska, hubiera quedado más riguroso y más atinado) y los criterios de asignación con las diferentes especies encontradas. Aunque luego, vd., cae en una sutil contradicción al afirmar, casi taxativamente que: «La realidad es que no existe una línea de máxima precisión que separe muchas de las especies humanas creadas ya que la naturaleza no resulta clasificable al cien por cien». Es claro, la naturaleza va por su cuenta.
Con todo me parece muy interesante su artículo y esperaré a los siguientes «fascículos» Un afectuoso saludo.
Norberto Prendes: Como profano y simple curioso, sus argumentaciones me han parecido similares a las del maestro que que impone como método a todo aquel que quiere desentrañar los misterios de la metafísica a que estudie la vida de los santos. De lo que queda evidencia es que todo aquel que se aparta del dogma establecido esta destinado a ser proclamado por los suyos como hereje y blasfemo por cuestionar no verdades divinas sino especulaciones humanas oficializadas.