Las emisiones oceánicas de bromo y yodo ayudan a reducir el ozono troposférico generado por el ser humano. Un estudio liderado por el CSIC revela que estos compuestos contribuyen a regular la carga de este gas contaminante de efecto invernadero.
Un estudio internacional confirma que niveles destacados de yodo pueden alcanzar la estratosfera, la región de la atmósfera que se encuentra entre los 10 y 40 kilómetros de altura, y afectar a la evolución de la capa de ozono.
Según la Organización Mundial de la Salud, el 40 % de la población mundial corre el riesgo de sufrir carencia de yodo. Las algas son la fuente más conocida y más fiable de yodo natural, pero su producción está dominada por grandes empresas asiáticas y la contaminación del agua de mar afecta la calidad de los productos.
A partir de un sondeo de hielo en Groenlandia un estudio muestra que la emisión de yodo a la atmósfera se ha triplicado en las últimas seis décadas. Estos altos niveles de yodo suponen importantes implicaciones atmosféricas, ya que este halógeno promueve la formación de aerosoles, destruye el ozono troposférico, y altera con ello el forzamiento radiactivo en la atmósfera.
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