Trece cartas a Dios

Entrevista a Ricardo Moreno Castillo, autor de Trece cartas a Dios

Ricardo Moreno: «Lo de los jesuitas me parece una irresponsabilidad»

 

Ricardo Moreno Castillo
Ricardo Moreno Castillo

Xavier Massó /x.masso@catalunyavanguardista.com

Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950), es licenciado en Matemáticas y en Filosofía, así como doctor por esta última especialidad. Actualmente jubilado, ha ejercido profesionalmente como catedrático de instituto de matemáticas y como profesor asociado a la UCM, donde impartía cursos sobre la historia de las matemáticas. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la enseñanza de esta especialidad y ha traducido del árabe de tratados medievales de matemáticas, como el Compendio del arte del cálculo, de Ibn al Samh (2006), o el Libro del Álgebra, de Al-Jwarizmi (2009). Ha escrito también un Diccionario semifilosófico (2013)

Ha publicado también libros sobre educación, destacando especialmente en este ámbito su Panfleto antipedagógico (2006), probablemente su obra de mayor difusión, que se caracteriza por su demoledora crítica a las teorías pedagógicas aplicadas desde la implantación de la LOGSE en los años noventa del siglo XX, que presenta como pseudocientíficas y responsables del deterioro actual de nuestro sistema educativo, posicionándose claramente a favor de una educación que imparta contenidos de conocimiento y reivindicando la cultura del esfuerzo.

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Esta vez ni matemáticas, ni filosofía ni educación, sino Dios. ¿Por qué?

De joven fui un apasionado lector de teología. Como todo el mundo, tengo más defectos de los que me gustaría reconocer, pero entre ellos no está el de hacer juicios apresurados. Me interesé por la teología porque pensé que si tantos grandes hombres habían creído en Dios, no se podía descalificar sin más esta creencia como “el opio del pueblo” o “un invento de la burguesía para alienar al proletariado”. No, había que pensar mucho, leer y reflexionar sobre el tema. Por cierto, y dicho sea entre paréntesis, lo mismo me sucedió con la pedagogía. La primera intuición de que ésta era una charlatanería la tuve a los veintidós años, cuando recibí los primeros cursos de formación del profesorado. El Panfleto antipedagógico lo publiqué a los cincuenta y cinco. Fue el resultado de treinta y tres años leyendo sobre educación y de reflexión sobre la tarea docente. Se conoce que no soy muy ágil de reflejos intelectuales, pero ciertamente tampoco soy un hombre apresurado a la hora de emitir juicios. Contestando a la pregunta, el tema de Dios no es en mí una preocupación reciente.

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¿Son las trece cartas un ajuste de cuentas con Dios? ¿O con la religión?

Más que un ajuste de cuentas con Dios (que bastante desgracia tiene ya con las barbaridades que se le atribuyen), son una reflexión sobre la creencia o descreencia en Él. Por un lado, en su nombre se dijeron y se hicieron verdaderas burradas. Por otro, al disiparse la fe, se llenó ese vacío con otras creencias igualmente letales. No olvidemos que dos de los grandes genocidios del siglo XX fueron hechos en nombre de ideologías explícitamente ateas. El comunismo fue (por lo menos en el mundo occidental y entre quienes no lo padecieron) una nostalgia de lo absoluto. Y el nacionalismo es claramente un sustituto de la religión: puedo ser mortal, pero pertenezco a un todo que me precedió y me sobrevivirá. Digamos que es un panteísmo a escala de comunidad autónoma.

Pero sobre este tema insisto más en otro libro mío, el Diccionario semifilosófico. En éste hablo más de aquellos a los que la fe les lleva a renunciar al sentido común, el mejor regalo del Dios en el que creen. De aquellos que buscan un dios que les dé sentido a su vida y después se fabrican un dios que se la amarga.

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¿Es Dios un pretexto para la fundación de religiones?

No necesariamente, hay religiones ateas. Pero no entiendo que la creencia en Dios tenga que ser una razón para fundar religiones. ¿No se podría creer serenamente en Él, en una realidad más allá del ser que dé sentido al ser,  sin la carga mental y vital que suponen las religiones, sin cargarse con un montón de dogmas que en lugar de acercar a Dios lo maltratan?

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¿Por qué razón le dices a Dios en la carta duodécima que “se supone que si existes eres mejor que yo”? Asumamos que ontológicamente es así… ¿No estaríamos incorporando de matute nuestras propias categorizaciones ontológicas y, sobre todo, morales, en esta valoración?

Puede que tengas razón, pero la contradicción consiste en que el dios en el que creen quienes creen en Dios es un dios infinitamente bueno que hace terribles maldades. Por otra parte, con un dios malo quedarían perfectamente explicados los males del mundo.

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«Hay que apostar, inequívocamente, por esta vida, la única que tenemos, y no hacer ningún sacrificio para ganar otra cuya existencia es harto problemática»

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En varios momentos de la obra te pronuncias sobre el absurdo de la «apuesta» pascaliana a favor de la existencia de Dios. Asumamos que Dios existe. Parece lógico pensar que si él no quiere, no le encontraremos por más que busquemos; pero es que si no existe, tampoco. ¿Sería entonces la «apuesta» un remedo de consuelo?

La apuesta me parece un disparate teológico. Creer o no creer es cuestión de razones, o por lo menos de indicios, y el cálculo de probabilidades no se ha de dirigir a sopesar lo que se pierde o se gana con la creencia, sino a sopesar los indicios en un sentido o en otro. Y hay que apostar, inequívocamente, por esta vida, la única que tenemos, y no hacer ningún sacrificio para ganar otra cuya existencia es harto problemática. Si Dios existe, es seguro que se contenta con los esfuerzos que todos hemos de hacer para convertir este mundo en un lugar lo más habitable y alegre posible.

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Como matemático ¿cuál es tu opinión sobre la pretensión de Cantor según la cual sus conjuntos transfinitos eran una demostración de la existencia de Dios?

Con todos mis respetos por el genio de Cantor, me parece una solemne estupidez.

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“Cuando los hombres dejan de creer en Dios, pueden creer en cualquier cosa”. Es una afirmación de Chesterton que aparece en tus cartas. ¿Estás de acuerdo con ella?

Portada del nuevo libro
Portada del nuevo libro

Estoy de acuerdo, y ya he puesto varios ejemplos: el nacionalismo y el comunismo, por no hablar de las innumerables supersticiones que pululan por el mundo. Incluso causas absolutamente legítimas como el feminismo o el ecologismo pueden llegar a funcionar como sustitutos de la religión.

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Si ponemos en relación la temática de este libro con tus numerosos trabajos sobre educación, la pregunta parece inevitable. ¿Hay que enseñar religión en las escuelas e institutos?

Decididamente no. Se ha de enseñar historia de las religiones como se ha de enseñar historia de las ideas. Una persona debe conocer el pensamiento griego, la escolástica medieval y el marxismo, y de este modo, cuando le llegue la edad de decantarse políticamente, podrá hacerlo con más cordura. El pronunciarse sobre una u otra religión, el entrar a formar parte de una u otra iglesia también ha de ser una decisión de seres adultos.

Y una última pregunta. Mientras los ingleses deciden importar maestros de Shanghái para que expliquen matemáticas, digámoslo a la manera tradicional que por allí se habría olvidado, es decir, impartición de contenidos, aquí los jesuitas –en Cataluña- deciden suprimir los exámenes, las materias, y se apuntan a la más «innovadora» de las pedagogías. ¿Qué opinión te merecen uno y otro caso?

Que los ingleses tengan que importar profesores demuestra que quienes denunciamos los delirios de las nuevas pedagogías tenemos razón. Lo de los jesuitas me parece una irresponsabilidad impropia de una orden que ha dado teólogos como Rahner, paleontólogos como Teilhard de Chardin, matemáticos como Cavalieri o astrónomos como José Zaragoza. Ninguno de ellos hubiera llegado a ser lo que fue sin una educación seria y rigurosa.

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Moreno Castillo, Ricardo
Trece cartas a Dios
Ediciones Turpial / ISBN 978849517782

Libros Urgentes (Madrid 2015)

 

Si Dios habla a algunos hombres ¿Por qué les dice cosas tan distintas?

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Xavier Massó_editedX. M / En una primera lectura, podría pensarse que se trata del ajuste de cuentas de un descreído con la “fe del carbonero” que antaño habría profesado; con los miedos, las angustias y la exigencia de privaciones que la fe católica impone a sus forzados acólitos. Las trece misivas a Dios serían, desde esta perspectiva, las propias de un apóstata.

Pero hay mucho más. Con un estilo irónico y no exento de una sana socarronería, Ricardo Moreno se dirige a un dios en el que un día creyó y, de tú a tú, le pregunta por las cosas que en otro tiempo le atribularon: las contradicciones de la propia noción que de él se han hecho los hombres, lo absurdo de los rituales religiosos, la eterna sombra de duda que subyace a toda fe, su silencio… Y lo hace tanto desde la perspectiva de la “fe del carbonero” en un dios implacable capaz de condenar al infierno al infeliz niño que pecó por primera vez horas antes de morir, como al dios de los obispos y al de los teólogos, en una suerte de deconstrucción de las religiones poniendo de manifiesto, no sólo su irracionalidad constituyente, sino también la necesidad que toda religión tiene de ampararse en ella.

Porque una cosa es, como dice el propio autor, creer en Dios, actitud respetable donde las haya, toda vez que no se pretenda imponerle dicha fe a nadie, y otra muy distinta que tal creencia vaya acompañada de todo un paquete de majaderías supuestamente derivadas de ella. Si Dios habla a algunos hombres ¿Por qué les dice cosas tan distintas?

Escritas en un estilo ameno y asequible a un amplio espectro de lectores, a lo largo de las trece cartas se van alternando la explicitación de la incongruencia de los rituales religiosos con aspectos más profundos que se adentran en cuestiones teológicas y filosóficas. Desde sus mitos fundacionales hasta el argumento ontológico y las cinco vías tomistas, pasando por el problema de la predestinación calvinista y el libre albedrío. O la imagen de un Jesucristo muy distinta a la del salvador que redime a los hombres de un pecado que no cometieron.

Y para concluir, una pregunta al autor sobre su afirmación en la duodécima carta ¿Por qué hemos de suponer que si Dios existe es mejor que nosotros?

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