
Tal día como hoy… 23 de julio de 1914 tenía lugar el ultimátum austríaco a Serbia
El 23 de julio de 1914, el embajador austro-húngaro en Belgrado entregaba al gobierno serbio un ultimátum como respuesta al asesinato en Sarajevo, el 28 de junio anterior, del heredero al trono imperial, Francisco Fernando de Austria. Concienzudamente redactado para que su aceptación fuera imposible, su rechazo propició la guerra entre ambos países y, al prender las respectivas cadenas de alianzas, provocó la I Guerra Mundial.
CV / Bismark había anunciado décadas antes que Europa iba a estallar en el polvorín de los Balcanes. No le faltaban razones para anunciarlo ya en su momento. En cualquier caso, la situación de paz armada que se vivía en el continente presagiaba el estallido de un conflicto bélico, pero siempre demorado para más tarde que para más temprano.
En 1914 nadie pensaba que la guerra fuera tan inminente, ni siquiera después del atentado de Sarajevo, ni tan solo tras el ultimátum de Austria-Hungría a Serbia
De un lado estaban los imperios centrales, liderados por la Alemania del II Reich, con los Imperios Austro-húngaro y otomano; del otro, la «Entente Cordiale», con Gran Bretaña, Francia y Rusia. Todos ellos con sus aliados menores o periféricos. Pero en 1914 nadie pensaba que la guerra fuera tan inminente, ni siquiera después del atentado de Sarajevo y, según parece, ni tan solo tras el ultimátum de Austria-Hungría a Serbia. Todavía se confiaba en que fuera una guerra bilateral y controlada.
La anexión unos meses antes de Bosnia-Herzegovina por Austria se había visto en Serbia como un ultraje. Hasta entonces, las guerras balcánicas habían involucrado a potencias menores mientras las «mayores» se mantenían moviendo los hilos entre bambalinas. Desde la guerra Franco-prusiana de 1870 no había habido en Europa ningún conflicto de envergadura, salvo disputas coloniales en ultramar. Era, como ya hemos dicho, una situación de «paz armada».

El asesinato del heredero al trono austro-húngaro en Sarajevo a manos de un nacionalista serbo-bosnio extremista, Gavrilo Princip, tampoco pareció en principio que fuera a ser el detonante de nada más allá que una crisis diplomática. El archiduque Francisco Fernando no era del agrado de su tío, el emperador Francisco-José de Austria, hasta el punto de que había exigido un matrimonio morganático para que sus descendientes quedaran fuera de la línea sucesoria. Además, estaba en las antípodas políticas de su anciano tío; era un príncipe más bien liberal y muy alejado del rígido conservadurismo absolutista del emperador. Pero no por ello dejaba de ser el heredero imperial, y los sectores austro-húngaros más militaristas vieron la ocasión de darles un escarmiento definitivo a los díscolos eslavos.
Desde el primer momento se consideró que Princip había sido el brazo ejecutor de un complot mucho más amplio, cuyas ramificaciones últimas se encontrarían en el propio gobierno serbio; algo que nunca se pudo probar, aunque sí se sabía de la complicidad de oficiales y guardias fronterizos que dieron cobertura a los cómplices y facilitaron su huida. El gobierno austro-húngaro le encargó al barón Musulin von Gomirje la redacción de un ultimátum al cual, al revés que en la famosa frase de la película ‘El Padrino’, no pudieran decir que sí. El 20 de julio se le pasó al emperador para su supervisión, y el 23 se entregó a los serbios.
El documento constaba de dos partes. La primera era un memorándum de agravios, el segundo constaba de diez puntos que constituían el ultimátum propiamente dicho
El documento constaba de dos partes. La primera era un memorándum de agravios, pero sin acusar directamente al gobierno de Belgrado de haber participado directamente en el complot del atentado, aunque sí de haberlo tolerado. El segundo constaba de diez puntos que constituían el ultimátum propiamente dicho. Se exigía el fin de la propaganda antiaustríaca en Serbia, la prohibición de la propaganda «yugoslavista», el castigo de los cómplices y los funcionarios implicados… y la actuación de la policía austríaca en territorio serbio, auxiliada por la serbia, para la realización de las investigaciones; finalmente, se daba un plazo de cuarenta y ocho hora para su aceptación. Lo contario significaba la guerra.
Austria-Hungría declaró entonces la guerra a Serbia. Como respuesta, Rusia se la declaró a Austria-Hungría
Como es normal, el emperador Francisco-José consultó con su «superior», el káiser alemán Guillermo II, que le dio el plácet, supuestamente convencido de que sería una guerra local. Pero algo escapó a sus cálculos. Si Serbia aceptaba, se convertía en un satélite austro-húngaro, como antes de 1903, y Rusia, aliada y protectora de Serbia, no estaba dispuesto a ello, de manera que el zar Nicolás II les dio a los Serbios todas las seguridades de que contarían con el apoyo y ayuda efectiva rusa. Serbia aceptó parcialmente el ultimátum, menos en lo relativo a la actuación de la policía austríaca en su país, lo que en la práctica era un rechazo.
Austria-Hungría declaró entonces la guerra a Serbia. Como respuesta, Rusia se la declaró a Austria-Hungría. La cosa todavía podía quedarse en un conflicto entre Rusia y el Imperio austro-húngaro, pero el 1 de agosto, Alemania le declaró la guerra a Rusia; Francia se la declaró entones a Alemania y, al invadir ésta Bélgica para atacar a Francia, Gran Bretaña le declaró la guerra a Alemania. Había estallado la I Guerra Mundial.